2 de julio de 2012

UN PENSAMIENTO INMADURO (4ª PARTE)

d) El factor humano.
Otro de los aspectos que no se están reconociendo en el funcionamiento de la sociedad actual es lo que podríamos llamar el “factor humano”. Con esto me refiero a cómo nos solemos comportar gran parte de los humanos bajo unas circunstancias concretas. Existen varios comportamientos humanos que son importantes a la hora de comprender cómo son los procesos sociales. Aquí hablaremos de tres: los “cálculos” que se hacen para tomar una decisión, la relación con la autoridad y el poder, y el comportamiento izquierdista.
Normalmente, cuando uno toma una decisión, mira por su conveniencia. Valora la situación en la que está, las circunstancias que le rodean y se decanta por la opción que mejor le venga. A la hora de valorar lo que es mejor, se parte de unas referencias culturales y unas tendencias psicológicas. Así, uno decide lo que es mejor para él en función de sus creencias religiosas, políticas, económicas, etc., las inclinaciones hacia ciertos comportamientos dadas por su naturaleza, la información que tiene sobre lo que va a hacer y en qué contexto lo va a hacer, y su estado de ánimo. Por todas estas variables de distinta índole involucradas, este proceso de decisión raramente es un proceso totalmente racional. Además, sólo suele valorar, y tener en cuenta en la decisión, las consecuencias sobre un grupo reducido de personas y cosas. La Izquierda y la Derecha políticas tratan de modificar esa tendencia, promoviendo ciertos valores colectivistas para que el individuo no busque tanto su conveniencia y la de los suyos. Por supuesto, no son los únicos grupos sociales que tratan de influir en las decisiones de las personas. De hecho, es poca la gente que es capaz de mostrar el espíritu crítico y la valentía suficientes como para valorar las cosas por su propia cuenta, sin seguir lo que la mayoría, o el grupo al que pertenecen, hace. La voluntad humana se ha mostrado muy voluble a lo largo de la historia y muy predispuesta a adaptarse a lo que la corriente predominante ha opinado y ha hecho. Desde luego, en esa flexibilidad la gente ha encontrado beneficios de diverso tipo. Consideradas así las cosas, se puede llegar a entender la facilidad con la que las personas toman decisiones que perjudican a la naturaleza y les benefician a ellas. Al fin y al cabo, los costes que recaen sobre la naturaleza no son asumidos por esas personas. Pero algo importante aquí es darse cuenta de que esas decisiones no sólo se toman así por valorar más lo humano, y lo económico-monetario en concreto, sino que detrás de ellas se encuentra el modo de funcionar de la mente humana. Ésta evalúa, en una situación dada, lo que se puede sacar de provecho y decantarse por lo más ventajoso (o lo menos desventajoso). Aquí se está hablando en términos de promedio en el comportamiento humano, de tendencia general, no de una norma o una ley que todo el mundo cumple (aunque según variemos lo que consideremos “beneficioso” y “desventajoso” posiblemente todo el mundo lo acabaría cumpliendo). Esta tendencia general está en la base del comportamiento humano y es un elemento central en lo que se denomina “la tragedia de los recursos comunes”. Esta expresión se ha usado para referirse a la clase de problemas en los que el comportamiento de las personas, al utilizar un recurso común, desemboca en la desaparición o deterioro de ese recurso.
Muy a menudo la gente actúa así. Considera beneficioso aprovecharse todo lo que pueda o necesite de un recurso natural y lo hace si nada se lo impide. Incluso si no lo considerase beneficioso a priori, su situación social, su lugar en el sistema productivo, sus relaciones sociales, etc., podrían llevarla a actuar de ese modo. Se suele decir que todo el mundo tiene un precio, que hay un punto a partir del cual los beneficios compensan los riesgos y los costes de una acción. Si no se ciega uno por los prejuicios, podrá observar muy a menudo que la gente acepta las compensaciones que empresas, instituciones, etc. ofrecen por dañar la naturaleza o por perjudicar su entorno. Son compensaciones que merecen la pena para ellos. La voluntad de una persona corriente no es difícil de comprar.
Pero hay más formas por las que una persona puede llegar a comportarse del modo contrario a lo que piensa correcto. Stanley Milgram, en sus conocidos experimentos [Milgram, Stanley: “Obediencia a la autoridad” en José R. Torregrosa y Eduardo Crespo, Estudios básicos de psicología social, 1984.], ya puso de manifiesto cómo una mayoría de personas acataban las órdenes de una autoridad reconocida de la sociedad tecnoindustrial, aunque no estuvieran de acuerdo con ellas. Otros experimentos (por ejemplo los de Philip Zimbardo) han puesto de manifiesto la relación entre la función social que realiza una persona y su comportamiento. Es bastante probable que esto tenga que ver con lo que significa su trabajo para muchas personas: una actividad sustitutoria. Ésta es aquella clase de actividad cuyo objetivo es la “autorrealización” pero cuya motivación se halla en el intento de experimentar el “proceso de poder”. El proceso de poder consiste en el proceso de alcanzar metas vitales importantes mediante el propio esfuerzo y teniendo cierto grado de autonomía en ese proceso. Es una especie de prueba de valía de cada cual, sólo que los objetivos son importantes y “prueba” no sería la mejor manera de llamarlo; se trata de un asunto serio, no una mera prueba. (Véase también el artículo “Izquierdismo: ¿cuál es el problema?”). También se han realizado multitud de experimentos donde se veía la facilidad con la que muchas personas amoldaban sus opiniones a las de la mayoría en un grupo. “Cuando las personas tienen que manifestar un juicio sobre algún aspecto de la realidad en presencia de otros, tienen dos preocupaciones principales: quieren tener razón y quieren dar una buena impresión a los demás. [...] Como dependemos de los demás para satisfacer una gran variedad de necesidades, es importante que maximicemos nuestro atractivo para ellos. En la medida en que el desacuerdo con los demás puede hacernos suponer que nos hará poco atractivos o incluso rechazados, y que el acuerdo provocará evaluaciones positivas y una pertenencia ininterrumpida al grupo, las personas somos inducidas a conformarnos a los juicios de los demás por razones normativas.” [van Avermaet, Eddy: “Influencia social en los pequeños grupos” en M. Hewstone, W. Stroebe, J. P. Codol y G. M. Stephenson (Dir.), Introducción a la psicología social. Una perspectiva europea, 1994, págs. 343-344.].
Los caminos para modificar la voluntad y la conducta de las personas son múltiples. Hemos visto algunas de las causas que pueden llevar a actuar a una persona corriente por conveniencia propia e, incluso, a actuar contra sus convicciones morales. Se pueden mencionar algunas causas más que cambian el comportamiento de las personas contra su voluntad. De entre estas últimas, la herramienta  más importante que tiene el sistema para provocar un cambio de comportamiento es la educación. La juventud se ve obligada durante años y años a recibir un adiestramiento para adaptarse a lo que la sociedad necesita de ellos. Se dirá que es por su propio bien; pero no por su propia voluntad que es de lo que se está hablando aquí. Pocos niños desean realmente ir al colegio a que les enseñen todas las materias que los profesores tienen preparadas. Puede que lo deseen porque allí están sus amigos o porque les interesa algo en concreto. Con el tiempo, la educación les va calando y, finalmente, muchos se convencen de sus “beneficios” y de lo “conveniente” que es.
Pero esta sociedad también dispone de otras herramientas de propaganda cuando no dispone del tiempo necesario. Las campañas de “concienciación”, la publicidad y otras técnicas comerciales están diseñadas para hacer que la gente cambie de opinión respecto a algo, o que simplemente haga algo que ni siquiera ha pensado. Hay una parte de la población que es susceptible a estas influencias.
Por último, si todavía después del uso de las herramientas anteriores, hay algunas personas que insistan en tener una voluntad contraria a los intereses del sistema tecnoindustrial, a éste siempre le queda la opción de amenazar, coaccionar o castigar a esas personas. La coerción es una herramienta más para modificar la conducta de las personas, aunque cada vez es menos relevante en una valoración global.

Al principio de este punto, he mencionado que uno de los comportamientos claves en esta sociedad era el comportamiento izquierdista. En este número de la revista, ya se le dedica un artículo (“Izquierdismo: ¿cuál es el problema?”) así que no entraré mucho en el tema. Esta clase de comportamiento influye en las críticas que se realizan a la sociedad actual y las encauzan hacia el cumplimiento de unas necesidades psicológicas. Con ello, las luchas establecidas contra el desarrollo de esta sociedad tienen el doble problema de estar supeditadas a las necesidades particulares de los izquierdistas y de tomar como referencia valores básicos de la sociedad como la solidaridad a gran escala, la igualdad, etc. Es decir, por un lado, bajo la apariencia de un comportamiento “solidario” y “bienintencionado”, los activistas buscan “autorrealizarse” (o imitar a los que lo buscan) supeditando todo lo demás a ello; y por el otro lado, debido a su alto grado de socialización, se dedican a corregir los defectos de la sociedad. Pero no cualquier defecto, sobre todo aquellos que hacen ineficiente su funcionamiento. Esto desemboca en que la sociedad tecnoindustrial esté mejor dotada y preparada para someter el funcionamiento de la naturaleza salvaje y la libertad. Otro problema asociado al izquierdismo es que, al ofrecer “soluciones” para problemas que a muchas personas les preocupan sinceramente (como puede ser el deterioro de la naturaleza), acapara la energía y el tiempo de esa gente en chorradas o en lo contrario de lo que pregonan (véase el punto II más adelante).

Resumiendo este punto sobre el “factor humano”, la sociedad tecnológica actual tiene una serie de “instrumentos” para manejar los procesos de cambio provocados por las conductas de la gente. Incluso, llega a provocar cambios de conductas según sus necesidades. Esto significa que está ya instaurado un sistema de medidas que recompensan, presionan, castigan o amortiguan el comportamiento de la gente de modo que la evolución de la sociedad (sin llegar a estar bajo control total) se dirige hacia el desarrollo y el progreso. Así, si una persona actúa contribuyendo en alguna forma a la prosperidad de la sociedad, ya sea por propia conveniencia o por presión social, a esa persona se la recompensa de alguna manera. Si una persona no se adapta a los requisitos del funcionamiento social, se la “reeduca” rápidamente. Si una persona tiende a rebelarse contra esta sociedad (por las razones que sean), se encuentra una serie de rebeliones “precocinadas” que encauzarán su rebeldía para corregir las ineficiencias de la propia sociedad; lo que da como resultado una optimización en el rumbo del desarrollo social.
Por lo dicho antes sobre la incompatibilidad entre esta sociedad y la naturaleza salvaje y lo dicho ahora sobre el modo en que esta sociedad condiciona el comportamiento de la gente, la conclusión razonable es que no se puede encauzar la manera en que evoluciona esta sociedad con los instrumentos que ella ofrece, es decir, no se puede corregir con reformas porque las pervertirá o impedirá. Incluso en el caso de que la mencionada incompatibilidad no fuese cierta, lograr algún tipo de compatibilidad entre sociedad tecnoindustrial y naturaleza salvaje estaría imposibilitada por la manera en que la sociedad maneja el comportamiento humano. Y la consecuencia de esto es que en cuanto a esta sociedad le convenga perjudicar a la naturaleza salvaje, lo hará. Sólo sería cuestión de tiempo. Hay que buscar otro camino y ese no es otro que encontrar la manera de deshacerse completamente la sociedad tecnoindustrial.
Es posible que se plantee una objeción a lo dicho hasta ahora: ¿por qué no usar los instrumentos de educación, de propaganda y de coerción de la sociedad para hacer que la gente se comporte de un modo “ecológico”? Pues, por tres razones fundamentales: primera, en las decisiones y el comportamiento de la gente prima mucho más, en términos generales, las circunstancias materiales que rodean a las personas (es decir, circunstancias ecológicas, tecnológicas, económicas o demográficas) que las circunstancias mentales (es decir, las ideas y valores morales, las opiniones políticas, etc.). La gente, por lo general, no actúa en conciencia, sino que su conciencia está condicionada, e incluso determinada, por las circunstancias materiales en las que vive. Así, vivir en un planeta superpoblado de humanos con tecnologías cada vez más poderosas para transformar o destruir la naturaleza es una condición mucho más importante en la vida de la gente que un “No Contamines” (véase el siguiente punto). La segunda razón es que ya existen organizaciones ecologistas que persiguen utilizar esos instrumentos, pero llevan larvado el izquierdismo en su seno. Esto les conduce a actuar y ver la realidad en función de sus necesidades psicológicas personales, como la búsqueda de estatus, de diversión, de autorrealización, etc., lo que les hace ser muy poco fiables en los objetivos “ecologistas” que dicen defender. (Sus objetivos políticos suelen ser de izquierdas y, paradójicamente, tienen mayor peso que los “ecologistas”). Por último, la tercera razón es que, como dicen en mi pueblo, “mandar es muy bonito”, en el sentido de que se la considera una tarea sencilla y a la que se la “coge el gustillo” rápidamente. Pero el dirigir el comportamiento de la gente y el coaccionarla extingue la libertad individual y, cuando se comienza a recorrer ese camino, malo. Esperar que ese camino conduzca a una sociedad “mejor” es ingenuo y equivocado (véase la historia del siglo XX). Además, para poder mandar y “educar” al conjunto de la sociedad, se hace necesario mantener gran parte de las estructuras que sustentan ese poder. Estructuras que conllevan inevitablemente mermas en la autonomía de lo salvaje.
Por un lado, se quiere respetar la naturaleza; por otro, se quiere mantener los instrumentos de propaganda proporcionados por la sociedad más destructiva de todos los tiempos. No hay manera de compaginar, a medio y largo plazo, las dos cosas.

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