7 de enero de 2013

El cuarto principio y la asignación de culpas


Contemplando los acontecimientos de los últimos años, uno no puede evitar recordar y exponer uno de los principios de la historia que se presentan en El Manifiesto de Unabomber. En concreto, el cuarto principio dice que “no se puede planificar teóricamente con antelación una nueva forma de sociedad, luego establecerla y esperar que funcione tal y como había sido planeado que lo hiciese” (Algunos principios acerca de la historia, La sociedad industrial y su futuro, Pág. 76). Estos principios se plantearon como reglas generales de cómo se desarrolla una sociedad y por qué son inevitables consecuencias inesperadas en la planificación social. Además, podemos añadirles conocimientos que señalan las posibles consecuencias esperables, pero no tenidas en cuenta, del desarrollo de una sociedad tecnoindustrial.

Encontramos una planificación teórica de una nueva forma de sociedad, por ejemplo, en la constitución española de 1978. En aquella época, se optó por vertebrar la sociedad en base a una idea extendida entre los países del entorno: una democracia representativa por sufragio universal y con separación de poderes. Cotejando la realidad con el 4º principio, no sólo vemos que la sociedad no funciona como se había imaginado por aquel entonces sino que ni siquiera las instituciones públicas funcionan como se había planificado. Se habla mucho en los últimos años de la corrupción política, pero se intuye que existe una “perversión” de las instituciones políticas planificadas teóricamente para servir al “interés general de la sociedad”. Es cierto que definir ese interés general es una cuestión compleja, más compleja cuanto más compleja se hace la sociedad, en caso de poder realmente llegar a definirlo. A lo que hace referencia esa “perversión” es a que, por diversos medios, intereses particulares de ciertos grupos u organizaciones prevalecen sobre ese “interés general”. Este hecho no sólo se deduce de actividades delictivas como tratos de favor o tráfico de influencias desde cargos públicos sino que está presente en actividades legales de las instituciones que rezuman clientelismo como, por ejemplo, la creación de empresas públicas para adjudicar contratos evitando los concursos públicos y otras prácticas que suelen aparecer incluso en los informes fiscalizadores de los consejos, tribunales o sindicaturas de cuentas de las propias administraciones públicas. Los partidos políticos que gobiernan esas instituciones son y han sido los vehículos de esos intereses particulares. Lejos de mi intención está generar preocupación por estas ineficiencias del sistema. No, no se trata de eso. Estos hechos sirven para ilustrar cómo funciona una sociedad tecnoindustrial en determinadas condiciones. En ella pueden darse clientelismo, corrupción, nepotismo, etc., cosas que la misma sociedad trata de evitar porque la hacen gradualmente más ineficiente (por supuesto, con el izquierdismo a la cabeza de las protestas). Sin embargo, la clave está en las cuestiones de fondo como señalan el cuarto principio y otras reglas generales presentadas en La sociedad industrial y su futuro.

¿De quién es la culpa de esta situación? En España, se ha extendido la opinión de que los políticos se han convertido en uno de los principales problemas de la sociedad. Las raíces de este creciente desafecto corren parejas a la crisis económica iniciada en 2007-2008. Los sentimientos de indefensión e impotencia crecen entre la población al comprobar que sus intereses están supeditados a intereses ajenos, lo cual retroalimenta otros problemas inherentes a la sociedad tecnoindustrial. Se está culpando a los políticos, a los especuladores, a los banqueros, etc., pero esa asignación de culpas no se basa en un conocimiento adecuado del funcionamiento de esta sociedad. Una misiva de Ted Kaczynski nos pone en la pista de ese conocimiento:

“Por lo tanto, la democracia no se ha convertido en el sistema político dominante del mundo moderno porque alguien decidiera que necesitábamos un sistema de gobierno más humano, sino a causa de un hecho “objetivo”, a saber, que, bajo las condiciones creadas por la industrialización, los sistemas democráticos son más vigorosos tecnológica y económicamente que otros sistemas. Ten esto presente, mientras la tecnología continúe progresando, no hay ninguna garantía de que la democracia representativa será siempre el sistema político mejor adaptado para sobrevivir y extenderse. Es posible que la democracia sea reemplazada por algún otro sistema político más exitoso. De hecho, podría argumentarse que eso ya ha ocurrido. Podría mantenerse de forma plausible que, a pesar de la continuación de formas democráticas como elecciones razonablemente honestas, nuestra sociedad está gobernada en realidad por las élites que controlan los medios de comunicación y dirigen los partidos políticos. Las elecciones, podría afirmarse, han sido reducidas a contiendas entre grupos rivales de propagandistas y publicistas.” [1]

Los sistemas democráticos que hoy conocemos son fruto del desarrollo tecnológico, al mismo tiempo que se ven afectados y caracterizados por el sistema tecnológico que se ha ido constituyendo con el tiempo. Esto significa que el sistema tecnológico es un condicionante clave tanto de la existencia de la democracia como de su funcionamiento. Kaczynski habla en este párrafo de ‘élites’, pero es más ilustrativa la expresión “grandes organizaciones” que utiliza en otras ocasiones. Desgraciadamente, no se suele comprender el poder que tienen las grandes organizaciones, por qué y cómo se gesta. Aunque se diga que es fruto de la ambición, la avaricia u otras pasiones humanas, no se trata únicamente de eso. Es muy habitual personificar las culpas, señalar al gobernante o al responsable institucional de turno y dejar de lado análisis más complejos. Ante la complejidad de los problemas, esa es una salida, pero desde luego no es la salida correcta. Quienes culpan a "los poderosos" por la evolución de una sociedad están fallando a la hora de ver el fondo de la cuestión.

Las grandes organizaciones son entes impersonales y no pueden describirse adecuadamente como si fueran personas. No se comportan como tales, aunque se nutran de ellas. Las personas pasan, las organizaciones tienden a permanecer más tiempo. El comportamiento de las personas está muy influido por toda clase de sentimientos, las grandes organizaciones raramente son dadas a ello y no suelen apartarse de la búsqueda de sus intereses fríamente calculados. Son sistemas con dinámicas propias y su poder reside en cómo se relacionan con el sistema tecnológico:
“La transferencia de poder de los individuos y de los pequeños grupos hacia las grandes organizaciones es inevitable en una sociedad tecnológica por varias razones, una de las cuales es que muchas operaciones esenciales en el funcionamiento del sistema tecnológico sólo pueden llevarse a cabo por grandes organizaciones.” [2]

Piense el lector por un momento en esas operaciones esenciales, en la coordinación y reglamentación requeridas de miles de personas adiestradas por largo tiempo, en las dimensiones y complejidad de las industrias que lo mantienen todo. Añadido a esto, hay que tener presente que la tendencia en un país industrializado que mantiene una estabilidad jurisdiccional y territorial es la del aumento paulatino de organizaciones gremiales, empresariales, sindicales, políticas, etc., que persiguen sus intereses particulares. Estos colisionan entre ellos o simplemente incurren en una competencia por ciertos recursos. Esa competencia alienta la adopción de nuevos medios, sobre todo los tecnológicos, llegando a forzar tarde o temprano las normativas vigentes o requiriendo nuevas regulaciones. Todo esto introduce un dinamismo en la sociedad que convierte en efímero los intentos reformistas de poner límites al desarrollo tecnológico para proteger la naturaleza (como ya se trató aquí) o la libertad (muy pertinente es la lectura del apartado “La restricción de la libertad es inevitable en la sociedad industrial” de La sociedad industrial y su futuro). A lo largo de este proceso de evolución social, no acaba de estar claro cuál es su finalidad (¿a qué clase de perversa sociedad llegaremos?), pero la degradación de la autonomía individual y de los pequeños grupos en los asuntos relevantes de la vida es evidente.

A la luz de esta realidad, la importancia de los acontecimientos actuales no debería radicar en si las instituciones están perdiendo calidad o eficacia si no, más bien, en los peligros inherentes al desarrollo de la sociedad tecnoindustrial, independientemente de la ideología concreta que pueda gobernarlas. Liberal, capitalista, conservadora, socialdemócrata, comunista o indignada, no hacen gran diferencia en las cuestiones de fondo.



Notas:

[1] “Letter to David Skrbina, October 12, 2004”, Technological Slavery, p. 285. Fragmento original: “Thus, democracy has become the dominant political form of the modern world not because someone decided that we needed a more humane form of government, but because of an "objective" fact, namely, that under the conditions created by industrialization, democratic systems are more vigorous technologically and economically than other systems.
Bear in mind that, as technology continues to progress, there is no guarantee that representative democracy will always be the political form best adapted to survive and propagate itself. Democracy may be replaced by some more successful political system. In fact, it could be argued that this has already happened. It could plausibly be maintained that, notwithstanding the continuation of democratic forms such as reasonably honest elections, our society is really governed by the elites that control the media and lead the political parties. Elections, it might be claimed, have been reduced to contests between rival groups of propagandists and image-makers.” Una simple búsqueda de información sobre marketing político 2.0 apoya esta última afirmación. La llamada minería de datos, el ‘big data’, el ‘microtargeting score’, las redes sociales y demás herramientas informáticas de última generación, parece ser que han tenido un papel determinante en las últimas elecciones estadounidenses:
Todo esto nos devuelve una vez más a un grave problema de nuestra avanzada y tecnológica sociedad: la extrema limitación de la autonomía individual.  

[2] “Letter to David Skrbina, March 17, 2005”, Technological Slavery, p. 311. Fragmento original: “The transfer of power from individuals and small groups to large organizations is inevitable in a technological society for several reasons, one of which is that many essential operations in the functioning of the technological system can be carried out only by large organizations.”