Hace
16 años se publicó originalmente el artículo que se reproduce a continuación. Seguramente
la situación general ha cambiado significativamente en este periodo, pero
muchas tendencias están claramente señaladas en él y desgraciadamente han
conducido a una peor situación de lo que estos científicos llaman “sistema
Tierra”. En una próxima entrada, se analizarán las conclusiones que aparecen en
esta última parte del artículo.
La Dominación Humana de
los Ecosistemas de la Tierra
Peter M. Vitousek,
Harold A. Mooney, Jane Lubchenco, Jerry M. Melillo
“Human Domination of
Earth’s Ecosystems”, Science, Vol. 277, 25 de julio de 1997. Traducción propia sin ánimo de lucro.
Cambios
bióticos
La
modificación humana de los recursos biológicos de la Tierra –sus especies y
poblaciones genéticamente distintas– es sustancial y creciente. La extinción es
un proceso natural, pero la tasa actual de pérdida de la variabilidad genética
de las poblaciones y de las especies está muy por encima de las tasas de fondo
-es un proceso en marcha- y representa un cambio global totalmente
irreversible. Al mismo tiempo, el transporte humano de especies por todo el
Mundo está homogeneizando la biota de la Tierra, introduciendo muchas especies
en zonas nuevas donde pueden perturbar tanto los sistemas naturales como los
humanos.
Las pérdidas. Las tasas de
extinción son difíciles de determinar globalmente, en parte porque la mayoría
de las especies de la Tierra no han sido identificadas todavía. No obstante,
cálculos recientes sugieren que las tasas de extinción de especies son ahora
del orden de 100 a
1.000 veces las cifras anteriores a la dominancia de la Tierra por parte de la
humanidad (41). Para grupos particulares bien conocidos, las tasas de pérdida
son aún mayores; tantas como un cuarto de las especies de aves de la Tierra han
sido llevadas a la extinción por las actividades humanas durante los dos
milenios pasados, particularmente en las islas oceánicas (42) (Fig. 2).
Actualmente, el 11% de las aves restantes, el 18% de los mamíferos, el 5% de
los peces y el 8% de las plantas de la Tierra están amenazadas con la extinción
(43). Ha habido una pérdida desproporcionada de especies de grandes mamíferos a
causa de la caza; estas especies jugaban un rol dominante en muchos ecosistemas
y su pérdida ha dado lugar a un cambio fundamental en la dinámica de esos
sistemas (44), cambio que podría llevar a más extinciones. Los organismos más
grandes en los sistemas marinos han sido afectados de modo similar, mediante la
pesca y la caza de ballenas. La transformación de la tierra es la causa
individual más importante de la extinción y las tasas actuales de
transformación de la tierra conducirán, a la larga, a la extinción de muchas
más especies, aunque con una dilación que enmascara las verdaderas dimensiones
de la crisis (45). Además, los efectos de otros componentes del cambio
medioambiental global –de los ciclos alterados del carbono y el nitrógeno y del
cambio climático antropogénico– están comenzando justo ahora.
Tan altas como
son, estas pérdidas de especies subestiman la magnitud de la pérdida de la
variación genética. La pérdida de poblaciones localmente adaptadas dentro de
las especies y la pérdida de material genético dentro de las poblaciones, a
causa de la transformación de la tierra, es un cambio provocado por los humanos
que reduce la resiliencia de las especies y los ecosistemas, mientras excluye
el uso humano de la biblioteca de los productos naturales y el material
genético que ellos representan (46).
Aunque los
esfuerzos conservacionistas centrados en especies individuales en peligro han
producido algunos éxitos, son caros –y la protección o la restauración de
ecosistemas enteros a menudo representan la forma más efectiva de sostener la
diversidad genética, poblacional y de especies. Además, los ecosistemas mismos
pueden jugar roles importantes tanto en los paisajes naturales como en los
dominados por los humanos. Por ejemplo, los ecosistemas de manglar protegen las
zonas costeras de la erosión y proveen de viveros para las pesquerías cercanas
a la costa, pero están amenazados por la transformación de la tierra en muchas
zonas.
Las invasiones. Añadido a la
extinción, la humanidad ha causado una redisposición de los sistemas bióticos
de la Tierra, a través de la mezcla de floras y faunas que habían estado mucho
tiempo aisladas geográficamente. La magnitud del traslado de especies,
denominado “invasión biológica”, es enorme (47); las especies invasoras están
presentes en casi todas partes. En muchas islas más de la mitad de las plantas
no son autóctonas y en muchas áreas continentales la cifra es el 20% o más (48)
(Fig. 2).
Al igual que
la extinción, la invasión biológica ocurre de forma natural –y también como con
la extinción, la actividad humana ha acelerado su tasa en varios órdenes de
magnitud. La transformación de la tierra interactúa poderosamente con la
invasión biológica, en la que los ecosistemas alterados por los humanos
generalmente proporcionan los focos primarios para las invasiones, mientras
que, en algunos casos, las invasiones biológicas son las que conducen a la
transformación de la tierra (49). El comercio internacional también es una
causa fundamental del derrumbe de las barreras biogeográficas; el comercio de
organismos vivos es masivo y global y muchos otros son llevados inadvertidamente
en el trasiego. En los sistemas de agua dulce, la combinación de la
transformación de la tierra aguas arriba, la hidrología alterada y las
numerosas introducciones, deliberadas y accidentales, de especies ha conducido
a una invasión particularmente extendida, en los ecosistemas continentales
además de en los ecosistemas isleños (50).
En algunas regiones, las invasiones están
haciéndose más frecuentes. Por ejemplo, en la Bahía de San Francisco, en
California, se ha establecido una media de una nueva especie cada 36 semanas
desde 1850, una especie nueva cada 24 semanas desde 1970 y una especie nueva
cada 12 semanas durante la última década (51). Algunas de las especies
introducidas se convierten rápidamente en invasivas a lo largo de grandes áreas
(por ejemplo, la almeja asiática en la Bahía de San Francisco), mientras que
otras se extienden sólo después de una dilación de décadas o, incluso, un siglo
(52).
Muchas
invasiones biológicas son, efectivamente, irreversibles; una vez que el
material biológico replicante es liberado en un determinado entorno y tiene
éxito, traerlo de vuelta es difícil y caro en el mejor de los casos. Además,
algunas introducciones de especies tienen consecuencias. Hay especies que
degradan la salud humana y la de otras especies; después de todo, la mayoría de
las enfermedades infecciosas son invasoras en la mayor parte de sus hábitats.
Otras invasiones han causado pérdidas económicas que alcanzan la suma de miles
de millones de dólares; la reciente invasión de Norteamérica por el mejillón
cebra es un ejemplo bien conocido. Algunas invasiones perturban los procesos de
los ecosistemas, alterando la estructura y el funcionamiento de todo el
ecosistema. Finalmente, ciertas invasiones provocan pérdidas en la diversidad
biológica de las especies y las poblaciones autóctonas; después de la
transformación de la tierra, son la siguiente causa más importante de extinción
(53).
Conclusiones
Las
consecuencias globales de la actividad humana no son algo a afrontar en el
futuro –como ilustra la figura 2, ya están con nosotros ahora. Todos estos
cambios están en marcha y, en muchos casos, acelerándose; muchos de ellos
fueron iniciados mucho tiempo antes de que su importancia fuera reconocida.
Además, todos estos fenómenos aparentemente dispares dibujan una sola causa –la
creciente escala de la actividad humana. Las tasas, las escalas, las clases y
las combinaciones de los cambios que se están produciendo en la actualidad son
fundamentalmente diferentes de los ocurridos en cualquier otro momento de la
historia; estamos cambiando la Tierra más rápidamente de lo que podemos
comprenderla. Vivimos en un planeta dominado por los humanos –y el ímpetu del
crecimiento poblacional humano, junto con el imperativo de un mayor desarrollo
económico en casi todo el mundo, asegura que nuestra dominancia se
incrementará.
Los artículos
de esta sección especial[I]
resumen nuestro conocimiento de los principales ecosistemas dominados por los
humanos y suministran recomendaciones políticas específicas concernientes a
ellos. Además, nosotros sugerimos que la proporción y la extensión de la
alteración humana de la Tierra deberían influir en el modo en que pensamos
sobre la Tierra. Está claro que controlamos mucho de lo que hay en la Tierra y
que nuestras actividades afectan al resto que no controlamos. En un sentido muy
real, el mundo está en nuestras manos –y el cómo lo manejemos determinará su
composición y dinámicas, así como nuestro destino.
El
reconocimiento de las consecuencias globales de la actividad humana sugiere
tres direcciones complementarias. Primero, podemos trabajar para reducir la
tasa a la que alteramos el sistema Tierra. Los humanos y los sistemas dominados
por ellos podrían adaptarse a un cambio más lento y los ecosistemas -y las
especies que albergan- podrían hacer frente de forma más efectiva a los cambios
que imponemos, si esos cambios son lentos. Puede ser que entonces nuestra
huella en el planeta (54) quedase estabilizada en un punto en el que suficiente
espacio y recursos se mantuviesen para sustentar a la mayoría de las especies
en la Tierra, por su bien y por el nuestro. Reducir la tasa de crecimiento en
los efectos humanos sobre la Tierra implica ralentizar el crecimiento
poblacional humano y utilizar los recursos de modo tan eficiente como práctico
sea. A menudo son los productos de desecho y los efectos secundarios de la
actividad humana los que conducen al cambio medioambiental global.
Segundo,
podemos acelerar nuestros esfuerzos por comprender los ecosistemas de la Tierra
y la manera en que interactúan con los numerosos componentes del cambio global
causado por los humanos. La investigación ecológica es inherentemente compleja
y exigente: requiere la medición y la vigilancia de poblaciones y ecosistemas;
estudios experimentales para dilucidar la regulación de los procesos
ecológicos; el desarrollo, el sometimiento a pruebas y la validación de modelos
globales y regionales; y la integración con una amplia gama de ciencias
marinas, atmosféricas, biológicas y de la tierra. El desafío de comprender un
planeta dominado por los humanos requiere además que las dimensiones humanas
del cambio global –las motivaciones sociales, económicas, culturales y otros
detonantes de las acciones humanas– sean incluidas dentro de nuestros análisis.
Finalmente, la
dominancia humana de la Tierra significa que no podemos escapar de la
responsabilidad de gestionar el planeta. Nuestras actividades están causando
cambios rápidos, nuevos y sustanciales a los ecosistemas de la Tierra. Mantener
las poblaciones, las especies y los ecosistemas frente a esos cambios y
mantener el flujo de bienes y servicios que suministran a la humanidad (55)
requerirá una gestión activa para el futuro previsible. No hay una ilustración
más clara de la extensión de la dominancia humana de la Tierra que el hecho de
que el mantener la diversidad de las especies “salvajes” y el funcionamiento de
los ecosistemas “salvajes” requerirá aumentar la participación humana.
Nota:
[I] La sección especial a la que se refieren
incluía 5 artículos más, aparte de éste y se titulaba “Human-Dominated
Ecosystems” (Science, Vol.277, 25 de julio de 1997, p. 457-525). Los
títulos de esos artículos (quedan omitidos los autores) son “Biotic Control
over the Functioning of Ecosystems”, “Agricultural Intensification and
Ecosystem Properties”, “The Management of Fisheries and Marine Ecosystems”,
“Hopes for the Future: Restoration Ecology and Conservation Biology” y “Forests
as Human-Dominated Ecosystems”. [N.
del T.].
Referencias y notas
1.
Intergovernmental Panel
on Climate Change, Climate Change 1995 (Cambridge Univiversity Press,
Cambridge, 1996), pp. 9-49.
2.
United Nations
Environment Program, Global Biodiversity Assessment, V. H. Heywood, Ed.
(Cambridge Univ. Press, Cambridge, 1995).
3. D. Skole y C. J. Tucker, Science 260, 1905
(1993).
4.
J. S. Olson, J. A. Watts,
L. J. Allison, Carbon in Live Vegetation of Major Worid Ecosystems
(Office of Energy Research, U.S. Department of Energy, Washington, DC, 1983).
5.
P. M. Vitousek, P. R.
Ehriich, A. H. Ehrlich, P. A. Matson, Bioscience 36, 368 (1986);
R. W. Kates. B. L. Turner, W. C. Clark, en (35), pp. 1-17; G. C. Daily, Science
269, 350 (1995).
6.
D. A. Saunders, R. J.
Hobbs, C. R. Margules, Consev. Biol. 5, 18 (1991).
7. J. Shukla, C. Nobre, P. Sellers, Science 247,
1322 (1990).
8.
R. W. Howarth et al.,
Biogeochemistry 35, 75 (1996).
9.
W. B. Meyer y B. L. Turner
II, Changes in Land Use and Land Cover: A Global Perspective (Cambridge
Univ. Press, Cambridge, 1994).
10. S. R. Carpenter, S. G. Fisher, N. B. Grirnm, J. F.
Kitchell, Annu. Rev. Ecol. Syst. 23, 119 (1992); S. V.
Smith y R. W.
Buddemeier, ibid., p. 89; J. M. Melillo, I. C. Prentice, G. D. Farquhar,
E.-D. Schulze,
O. E. Sala, en (1), pp. 449-481.
11. R. Leemans y
G. Zuidema, Trends Ecol. Evol. 10, 76 (1 995).
12. World Resources Institute, World Resources
1996-1997 (Oxford Univ. Press, New York, 1996).
13. D. Pauly y V. Christensen, Nature 374,
257 (1995).
14. Food and Agricultural Organization (FAO), FAO
Fisheries Tech. Pap. 335 (1994).
15. D. L. Alverson, M. H. Freeberg, S. A. Murawski, J. G.
Pope, FAO Fisheries Tech. Pap. 339 (1994).
16. G. M. Hallegraeff, “A review of harmful algal blooms
and their apparent global increase”, Phycologia 32, pp. 79-99
(1993).
17. D. S. Schimel et al., en Climate Change
1994: Radiative Forcing of Climate Change, J. T. Houghton et al.,
Eds. (Cambridge Univ. Press, Cambridge, 1995), pp. 39-71.
18. R. J. Andres, G. Marland, I. Y. Fung, E. Matthews, Global
Biogeochem. Cycles 10, 419 (1996).
19. G. W. Koch y H. A. Mooney, Carbon Dioxide and
Terrestrial Ecosystems (Academic Press, San Diego, CA, 1996); C. Körner y
F. A. Bazzaz, Carbon Dioxide, Populations, and Communities (Academic
Press, San Diego, CA, 1996).
20. S. L. Postel, G. C. Daily, P. R. Ehrlich, Science
271, 785 (1996).
21. J. N. Abramovitz, lmperiled Waters, Impoverished
Future: The Decline of freshwater Ecosystems
(Worldwatch Institute,
Washington, DC, 1996).
22. M. I. L‘vovich y G. F. White, en (35), pp.
235-252; M. Dynesius y C. Nilsson, Science 266, 753 (1994).
23. P. Micklin, Science 241, 1170 (1988); V.
Kotlyakov, Environment 33, 4 (1991).
24. C. Humborg, V. Ittekkot, A. Cociasu, B. Bodungen, Nature
386, 385 (1997).
25. P. H. Gleick, Ed., Water in Crisis (Oxford
Univ. Press, New York, 1993).
26. V. Gornitz, C. Rosenzweig, D. Hillel, Global
Planet. Change 14, 147 (1997).
27. P. C. Milly y K. A. Dunne, J. Clim. 7, 506
(1994).
28. J. N. Galloway, W. H. Schlesinger, H. Levy II, A. Michaels,
J. L. Schnoor, Global Biogeochem. Cycles 9, 235 (1995).
29. J. N. Galloway, H. Levy II, P. S. Kasibhatla, Ambio
23, 120 (1994).
30. V. Smil, en (35), pp. 423-436.
31. P. M. Vitousek et al., Ecol. Appl., in
press.
32. J. D. Aber, J.
M. Melillo, K. J. Nadelhoffer, J. Pastor, R. D. Boone, ibid. 1,
303 (1991).
33. D. Tilman, Ecol. Monogr. 57, 189 (1987).
34. S. W. Nixon et al., Biogeochemistry 35, 141
(1996).
35. B. L. Turner II et al., Eds., The Earth As
Transformed by Human Action (Cambridge Univ. Press, Cambridge, 1990).
36. C. A. Stow, S. R. Carpenter, C. P. Madenjian, L. A.
Eby, L. J. Jackson, Bioscience 45, 752 (1995).
37. F. S. Rowland, Am. Sci. 77, 36 (1989);
S. Solomon, Nature 347, 347 (1 990).
38. M. K. Tolba et al., Eds., The World
Environment 1972-1992 (Chapman & Hall, London, 1992).
39. S. Postel, Defusing the Toxics Threat: Controlling
Pesticides and lndustrid Waste (Worldwatch Institute, Washington, DC,
1987).
40. United Nations Environment Program (UNEP), Saving
Our Planet-Challenges and Hopes (UNEP, Nairobi, 1992).
41. J. H. Lawton y R. M. May, Eds., Extinction Rates (Oxford
Univ. Press, Oxford, 1995); S. L. Pimrn, G. J. Russell, J. L. Gittleman,
T. Brooks, Science 269, 347 (1995).
42. S. L. Olson, en Conservation for the Twenty-first
Century, D. Westem y M. C. Pearl, Eds. (Oxford Univ. Press, Oxford, 1989),
p. 50; D. W. Steadman, Science 267, 11 23 (1995).
43. R. Barbault y
S. Sastrapradja, en (2), pp. 193-274.
44. R. Dirzo y A. Miranda, en Plant-Animal Interactions,
P. W. Price, T. M. Lewinsohn, W. Femandes,
W. W. Benson, Eds. (Wiley
Interscience, New York, 1991), p. 273.
45. D. Tilman, R. M. May, C. Lehman, M. A. Nowak, Nature
371, 65 (1994).
46. H. A. Mooney,
J. Lubchenco, R. Dirzo, O. E. Sala, en (2), pp. 279-325.
47. C. Elton, The Ecology of lnvasions by Animals and
Plants (Methuen, London, 1958); J. A. Drake et al., Eds., Biological
Invasions. A Global Perspective (Wiley, Chichester, UK, 1989).
48. M. Rejmanek and J. Randall, Madrono 41,
161 (1994).
49.
C. M. D’Antonio and P.
M. Vitousek, Annu. Rev. Ecol. Syst. 23, 63 (1992).
50. D. M. Lodge, Trends Ecol. Evol. 8,
133 (1993).
51. A. N. Cohen and J. T. Carlton, Biological Study:
Nonindigenous Aquatic Species in a United States Esturary: A Case Study of the
Biological lnvasions of the San Francisco Bay and Delta (U.S. Fish and
Wildlife Service, Washington, DC, 1995).
52. I. Kowarik, en Plant lnvasions-General Aspects and
Special Problems, P. Pysek, K. Prach, M. Rejmánek,
M. Wade, Eds. (SPB
Academic, Amersterdam, 1995), p. 15.
53. P. M. Vitousek, C. M. D’Antonio, L. L. Loope, R.
Westbrooks, Am. Sci. 84,468 (1996).
54. W. E. Rees and M. Wackernagel, en Investing in
Natural Capital: The Ecological Economics Approach to Sustainability, A. M.
Jansson. M. Hammer, C. Folke, R. Costanza, Eds. (Island, Washington, DC, 1994).
55. G. C. Daily, Ed., Nature’s Services (Island,
Washington, DC, 1997).
56. J. Lubchenco et
al., Ecology 72, 371 (1991); P. M. Vitousek, ibid. 75,
1861 (1994).
57. S. M. Garcia y R. Grainger, FAO Fisheries Tech.
Pap. 359 (1996).
58. Agradecemos a
G. C. Daily, C. B. Field, S. Hobbie, D. Gordon, P. A. Matson y R. L.
Naylor por los comentarios constructivos
a este artículo, A. S. Denning y S. M.
Garcia por la ayuda con las ilustraciones y a C. Nakashima y B. Lilley por
preparar el texto y las figuras para su publicación.