4 de octubre de 2013

La dominación humana de los ecosistemas de la Tierra (III)



Hace 16 años se publicó originalmente el artículo que se reproduce a continuación. Seguramente la situación general ha cambiado significativamente en este periodo, pero muchas tendencias están claramente señaladas en él y desgraciadamente han conducido a una peor situación de lo que estos científicos llaman “sistema Tierra”. En una próxima entrada, se analizarán las conclusiones que aparecen en esta última parte del artículo.

La Dominación Humana de los Ecosistemas de la Tierra
Peter M. Vitousek, Harold A. Mooney, Jane Lubchenco, Jerry M. Melillo
“Human Domination of Earth’s Ecosystems”, Science, Vol. 277, 25 de julio de 1997. Traducción propia sin ánimo de lucro.

Cambios bióticos
La modificación humana de los recursos biológicos de la Tierra –sus especies y poblaciones genéticamente distintas– es sustancial y creciente. La extinción es un proceso natural, pero la tasa actual de pérdida de la variabilidad genética de las poblaciones y de las especies está muy por encima de las tasas de fondo -es un proceso en marcha- y representa un cambio global totalmente irreversible. Al mismo tiempo, el transporte humano de especies por todo el Mundo está homogeneizando la biota de la Tierra, introduciendo muchas especies en zonas nuevas donde pueden perturbar tanto los sistemas naturales como los humanos.
Las pérdidas. Las tasas de extinción son difíciles de determinar globalmente, en parte porque la mayoría de las especies de la Tierra no han sido identificadas todavía. No obstante, cálculos recientes sugieren que las tasas de extinción de especies son ahora del orden de 100 a 1.000 veces las cifras anteriores a la dominancia de la Tierra por parte de la humanidad (41). Para grupos particulares bien conocidos, las tasas de pérdida son aún mayores; tantas como un cuarto de las especies de aves de la Tierra han sido llevadas a la extinción por las actividades humanas durante los dos milenios pasados, particularmente en las islas oceánicas (42) (Fig. 2). Actualmente, el 11% de las aves restantes, el 18% de los mamíferos, el 5% de los peces y el 8% de las plantas de la Tierra están amenazadas con la extinción (43). Ha habido una pérdida desproporcionada de especies de grandes mamíferos a causa de la caza; estas especies jugaban un rol dominante en muchos ecosistemas y su pérdida ha dado lugar a un cambio fundamental en la dinámica de esos sistemas (44), cambio que podría llevar a más extinciones. Los organismos más grandes en los sistemas marinos han sido afectados de modo similar, mediante la pesca y la caza de ballenas. La transformación de la tierra es la causa individual más importante de la extinción y las tasas actuales de transformación de la tierra conducirán, a la larga, a la extinción de muchas más especies, aunque con una dilación que enmascara las verdaderas dimensiones de la crisis (45). Además, los efectos de otros componentes del cambio medioambiental global –de los ciclos alterados del carbono y el nitrógeno y del cambio climático antropogénico– están comenzando justo ahora.

Tan altas como son, estas pérdidas de especies subestiman la magnitud de la pérdida de la variación genética. La pérdida de poblaciones localmente adaptadas dentro de las especies y la pérdida de material genético dentro de las poblaciones, a causa de la transformación de la tierra, es un cambio provocado por los humanos que reduce la resiliencia de las especies y los ecosistemas, mientras excluye el uso humano de la biblioteca de los productos naturales y el material genético que ellos representan (46).
Aunque los esfuerzos conservacionistas centrados en especies individuales en peligro han producido algunos éxitos, son caros –y la protección o la restauración de ecosistemas enteros a menudo representan la forma más efectiva de sostener la diversidad genética, poblacional y de especies. Además, los ecosistemas mismos pueden jugar roles importantes tanto en los paisajes naturales como en los dominados por los humanos. Por ejemplo, los ecosistemas de manglar protegen las zonas costeras de la erosión y proveen de viveros para las pesquerías cercanas a la costa, pero están amenazados por la transformación de la tierra en muchas zonas.
Las invasiones. Añadido a la extinción, la humanidad ha causado una redisposición de los sistemas bióticos de la Tierra, a través de la mezcla de floras y faunas que habían estado mucho tiempo aisladas geográficamente. La magnitud del traslado de especies, denominado “invasión biológica”, es enorme (47); las especies invasoras están presentes en casi todas partes. En muchas islas más de la mitad de las plantas no son autóctonas y en muchas áreas continentales la cifra es el 20% o más (48) (Fig. 2).
Al igual que la extinción, la invasión biológica ocurre de forma natural –y también como con la extinción, la actividad humana ha acelerado su tasa en varios órdenes de magnitud. La transformación de la tierra interactúa poderosamente con la invasión biológica, en la que los ecosistemas alterados por los humanos generalmente proporcionan los focos primarios para las invasiones, mientras que, en algunos casos, las invasiones biológicas son las que conducen a la transformación de la tierra (49). El comercio internacional también es una causa fundamental del derrumbe de las barreras biogeográficas; el comercio de organismos vivos es masivo y global y muchos otros son llevados inadvertidamente en el trasiego. En los sistemas de agua dulce, la combinación de la transformación de la tierra aguas arriba, la hidrología alterada y las numerosas introducciones, deliberadas y accidentales, de especies ha conducido a una invasión particularmente extendida, en los ecosistemas continentales además de en los ecosistemas isleños (50).
 En algunas regiones, las invasiones están haciéndose más frecuentes. Por ejemplo, en la Bahía de San Francisco, en California, se ha establecido una media de una nueva especie cada 36 semanas desde 1850, una especie nueva cada 24 semanas desde 1970 y una especie nueva cada 12 semanas durante la última década (51). Algunas de las especies introducidas se convierten rápidamente en invasivas a lo largo de grandes áreas (por ejemplo, la almeja asiática en la Bahía de San Francisco), mientras que otras se extienden sólo después de una dilación de décadas o, incluso, un siglo (52).
Muchas invasiones biológicas son, efectivamente, irreversibles; una vez que el material biológico replicante es liberado en un determinado entorno y tiene éxito, traerlo de vuelta es difícil y caro en el mejor de los casos. Además, algunas introducciones de especies tienen consecuencias. Hay especies que degradan la salud humana y la de otras especies; después de todo, la mayoría de las enfermedades infecciosas son invasoras en la mayor parte de sus hábitats. Otras invasiones han causado pérdidas económicas que alcanzan la suma de miles de millones de dólares; la reciente invasión de Norteamérica por el mejillón cebra es un ejemplo bien conocido. Algunas invasiones perturban los procesos de los ecosistemas, alterando la estructura y el funcionamiento de todo el ecosistema. Finalmente, ciertas invasiones provocan pérdidas en la diversidad biológica de las especies y las poblaciones autóctonas; después de la transformación de la tierra, son la siguiente causa más importante de extinción (53).

Conclusiones
Las consecuencias globales de la actividad humana no son algo a afrontar en el futuro –como ilustra la figura 2, ya están con nosotros ahora. Todos estos cambios están en marcha y, en muchos casos, acelerándose; muchos de ellos fueron iniciados mucho tiempo antes de que su importancia fuera reconocida. Además, todos estos fenómenos aparentemente dispares dibujan una sola causa –la creciente escala de la actividad humana. Las tasas, las escalas, las clases y las combinaciones de los cambios que se están produciendo en la actualidad son fundamentalmente diferentes de los ocurridos en cualquier otro momento de la historia; estamos cambiando la Tierra más rápidamente de lo que podemos comprenderla. Vivimos en un planeta dominado por los humanos –y el ímpetu del crecimiento poblacional humano, junto con el imperativo de un mayor desarrollo económico en casi todo el mundo, asegura que nuestra dominancia se incrementará.
Los artículos de esta sección especial[I] resumen nuestro conocimiento de los principales ecosistemas dominados por los humanos y suministran recomendaciones políticas específicas concernientes a ellos. Además, nosotros sugerimos que la proporción y la extensión de la alteración humana de la Tierra deberían influir en el modo en que pensamos sobre la Tierra. Está claro que controlamos mucho de lo que hay en la Tierra y que nuestras actividades afectan al resto que no controlamos. En un sentido muy real, el mundo está en nuestras manos –y el cómo lo manejemos determinará su composición y dinámicas, así como nuestro destino.
El reconocimiento de las consecuencias globales de la actividad humana sugiere tres direcciones complementarias. Primero, podemos trabajar para reducir la tasa a la que alteramos el sistema Tierra. Los humanos y los sistemas dominados por ellos podrían adaptarse a un cambio más lento y los ecosistemas -y las especies que albergan- podrían hacer frente de forma más efectiva a los cambios que imponemos, si esos cambios son lentos. Puede ser que entonces nuestra huella en el planeta (54) quedase estabilizada en un punto en el que suficiente espacio y recursos se mantuviesen para sustentar a la mayoría de las especies en la Tierra, por su bien y por el nuestro. Reducir la tasa de crecimiento en los efectos humanos sobre la Tierra implica ralentizar el crecimiento poblacional humano y utilizar los recursos de modo tan eficiente como práctico sea. A menudo son los productos de desecho y los efectos secundarios de la actividad humana los que conducen al cambio medioambiental global.
Segundo, podemos acelerar nuestros esfuerzos por comprender los ecosistemas de la Tierra y la manera en que interactúan con los numerosos componentes del cambio global causado por los humanos. La investigación ecológica es inherentemente compleja y exigente: requiere la medición y la vigilancia de poblaciones y ecosistemas; estudios experimentales para dilucidar la regulación de los procesos ecológicos; el desarrollo, el sometimiento a pruebas y la validación de modelos globales y regionales; y la integración con una amplia gama de ciencias marinas, atmosféricas, biológicas y de la tierra. El desafío de comprender un planeta dominado por los humanos requiere además que las dimensiones humanas del cambio global –las motivaciones sociales, económicas, culturales y otros detonantes de las acciones humanas– sean incluidas dentro de nuestros análisis.
Finalmente, la dominancia humana de la Tierra significa que no podemos escapar de la responsabilidad de gestionar el planeta. Nuestras actividades están causando cambios rápidos, nuevos y sustanciales a los ecosistemas de la Tierra. Mantener las poblaciones, las especies y los ecosistemas frente a esos cambios y mantener el flujo de bienes y servicios que suministran a la humanidad (55) requerirá una gestión activa para el futuro previsible. No hay una ilustración más clara de la extensión de la dominancia humana de la Tierra que el hecho de que el mantener la diversidad de las especies “salvajes” y el funcionamiento de los ecosistemas “salvajes” requerirá aumentar la participación humana.


Nota:

[I] La sección especial a la que se refieren incluía 5 artículos más, aparte de éste y se titulaba “Human-Dominated Ecosystems” (Science, Vol.277, 25 de julio de 1997, p. 457-525). Los títulos de esos artículos (quedan omitidos los autores) son “Biotic Control over the Functioning of Ecosystems”, “Agricultural Intensification and Ecosystem Properties”, “The Management of Fisheries and Marine Ecosystems”, “Hopes for the Future: Restoration Ecology and Conservation Biology” y “Forests as Human-Dominated Ecosystems”. [N. del T.].



Referencias y notas
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58. Agradecemos a G. C. Daily, C. B. Field, S. Hobbie, D. Gordon, P. A. Matson y R. L. Naylor  por los comentarios constructivos a este artículo,  A. S. Denning y S. M. Garcia por la ayuda con las ilustraciones y a C. Nakashima y B. Lilley por preparar el texto y las figuras para su publicación.