El artículo de
Peter Vitousek y colegas que fue publicado aquí en tres partes separadas (una, dos y tres) terminaba en unas
conclusiones resumidas en tres párrafos. A pesar de su brevedad, encerraban
asuntos de gran importancia que bien merecen una reflexión detenida.
Podemos
repasarlas ahora:
“Está claro
que controlamos mucho de lo que hay
en la Tierra y que nuestras actividades afectan al resto que no controlamos. En
un sentido muy real, el mundo está en nuestras manos –y el cómo lo manejemos
determinará su composición y dinámicas, así como nuestro destino.”
Es cierto que
la sociedad tecnoindustrial tiene un control muy elevado sobre ciertas zonas y
procesos, pero cuanto más nos movemos a escalas mayores del funcionamiento
planetario más podremos percibir que ese control no es tal. Parece más un deseo,
más o menos explícito, que una realidad efectiva. La biosfera se compone de
múltiples sistemas complejos que por su propia complejidad tienden a la
impredecibilidad y, por tanto, difícilmente pueden ser realmente controlados. Esto
significa que el mundo no está en nuestras manos en el sentido de que podamos
manejarlo a capricho. Cualquiera puede recordar la importancia que tienen las
consecuencias no previstas del desarrollo tecnológico en La sociedad industrial y su futuro o indagar sobre consecuencias
imprevistas en otros aspectos de la realidad (en inglés “unintended
consequences”). El sueño del control y la gestión integral que proporcionaría
seguridad y prosperidad no es más que eso, un sueño. Pero un sueño cuyas graves
consecuencias ya están ocurriendo, como describe el propio artículo. Algunos
pensamos que el intento de convertir el planeta en una tecnoesfera ajardinada
refleja la enajenación que domina a la sociedad tecnoindustrial.
Prosiguen
Vitousek y compañía:
“El
reconocimiento de las consecuencias globales de la actividad humana sugiere
tres direcciones complementarias. Primero, podemos
trabajar para reducir la tasa a la que alteramos el sistema Tierra. Los
humanos y los sistemas dominados por ellos podrían adaptarse a un cambio más
lento y los ecosistemas -y las especies que albergan- podrían hacer frente de
forma más efectiva a los cambios que imponemos, si esos cambios son lentos.”
Dejando a un
lado las consecuencias no previstas de la sociedad actual ya mencionadas, la
alteración del sistema Tierra provocada por esta sociedad tiene unas
características bastante claras: tiende a la omnipresencia y es creciente como se
describían en otras partes del artículo. ¿Por qué? En pocas palabras, porque la sociedad tecnoindustrial no es compatible con la autonomía de la naturaleza salvaje. Si a esto unimos lo que dice el
quinto principio de la historia enunciado por Freedom Club: “La gente no elige consciente y racionalmente la
forma de su sociedad. Las sociedades se desarrollan mediante procesos de
evolución social que no se hallan bajo control racional humano” [1], el
resultado es que difícilmente puede uno creerse que la tasa de alteración del
sistema Tierra puede reducirse voluntariamente y de manera planificada. Pero
esto no es todo, las conclusiones del propio artículo señalan otro aspecto
importante:
“Segundo, podemos acelerar nuestros esfuerzos por
comprender los ecosistemas de la Tierra y la manera en que interactúan con los
numerosos componentes del cambio global causado por los humanos. (…) El
desafío de comprender un planeta dominado por los humanos requiere además que
las dimensiones humanas del cambio global –las motivaciones sociales,
económicas, culturales y otros detonantes de las acciones humanas– sean
incluidas dentro de nuestros análisis.”
Casi
mensualmente aparecen artículos científicos que señalan que las cosas no son
exactamente como se creía que eran según las teorías vigentes, ejemplo claro de
ello es el estudio del cambio climático. No existe el conocimiento suficiente
como para hablar con rigor de que el control del sistema Tierra pueda ser
planificado adecuadamente. De hecho, dentro de la comunidad científica se está
alentando esa ilusión o espejismo de un control efectivo de las consecuencias
de esa “dominancia humana de la Tierra”. Sin embargo, la velocidad a la que
aparecen y agravan esas consecuencias no permite adquirir un conocimiento
suficiente y completo de lo que está ocurriendo. Esto no significa que no
podamos saber qué está ocurriendo, pues a grandes rasgos está muy claro.
“Finalmente, la dominancia humana de la Tierra significa
que no podemos escapar de la responsabilidad de gestionar el planeta.
Nuestras actividades están causando cambios rápidos, nuevos y sustanciales a
los ecosistemas de la Tierra. (…) No hay una ilustración más clara de la
extensión de la dominancia humana de la Tierra que el hecho de que el mantener
la diversidad de las especies “salvajes” y el funcionamiento de los ecosistemas
“salvajes” requerirá aumentar la participación humana.”
Este
razonamiento que conduce a una única conclusión posible sigue una lógica un
tanto peculiar: “para conservar X, es inevitable tener que transformar X; entonces
ya no tendremos X, pero así es la responsabilidad de la que no podemos
escapar”. Por supuesto, hay más opciones que la que plantean estos científicos
para que la Tierra siga siendo un lugar salvaje. Ninguna de ellas pasa por
ambicionar “gestionar el planeta”. Seguir adentrándose en el camino del desarrollo
tecnológico significa profundizar en unos daños de una gravedad nunca conocida
antes por el ser humano. La responsabilidad debería llevarnos por otro
camino.
Notas:
[1] La sociedad industrial y su futuro, pág.
77, Ediciones Isumatag, 2013.
Entradas relacionadas: