Leyendo una crítica
que se publicó en el blog de Ediciones Colapso y un texto editorial de la revista Regresión, volví en mi cabeza
sobre algunas ideas que habían salido en algunas conversaciones privadas en los
últimos años [1]. Hasta ahora, en este blog no se había dedicado ninguna entrada entera
sobre cuestiones de estrategia o planteamientos sobre el enfrentamiento con la
sociedad tecnoindustrial. Hoy se hará una excepción.
Se ha puesto
en entredicho el uso del término ‘revolución’ para describir el proceso por el
cual un movimiento contrario a la sociedad tecnoindustrial ayudaría a acabar
con ella. Las razones son varias, desde que se trata de un término con claras
connotaciones izquierdistas hasta que es una idea fantasiosa. Es un hecho que
este término tiene hoy por hoy un uso muy trivializado. En realidad lleva
décadas ocurriendo. Tanto la aparición de un nuevo dispositivo tecnológico como
la de una tendencia artística o intelectual pueden ser calificadas de
‘revolucionarias’ para darles una importancia que, por lo general, no tienen en
realidad. Esto no solamente es cosa del izquierdismo, por cierto. Una parte del
izquierdismo sí suele tener como referencia ciertas revoluciones del pasado y hacer
referencia continuamente a futuras revoluciones en sus sistemas de ideas. Es
más, muchas de las revoluciones de la historia fueron hechas por movimientos
izquierdistas. Las connotaciones izquierdistas del término pueden, por tanto,
aparecer en muchas circunstancias en las que se utilice esa palabra. Sin
embargo, hay que darse cuenta que precisamente eso también ocurre con muchos
otros términos utilizados en la crítica de la sociedad tecnoindustrial como
pueden ser ‘libertad’, ‘autonomía, ‘dignidad’, ‘naturaleza’, ‘salvaje’, etc. No
es de extrañar tampoco, puesto que una de las características del izquierdismo
es que tiende a acaparar y a intentar aglutinar todas las críticas que se hagan
a la sociedad actual. Por muy dispares que puedan ser, trata de armonizar unas
con otras, aunque sean incompatibles y algunas de ellas rechacen el propio
izquierdismo. Por eso, se dice que el izquierdismo es un mecanismo de
autodefensa de la sociedad tecnoindustrial porque acaba resultando que canaliza
cualquier clase de crítica en un proceso que optimiza el funcionamiento de
dicha sociedad. Su falsa apariencia de opositores y rebeldes de esta sociedad
no nos debe ocultar el hecho de que los movimientos izquierdistas juegan un
perverso papel en el funcionamiento de la sociedad tecnoindustrial.
El uso de esos
términos sin contextualizarlos y definirlos adecuadamente puede suponer un
peligro de recuperación por parte del izquierdismo. El peligro no está principalmente
en usarlos sino en el contexto y las circunstancias en los que se utilizan. Por
ejemplo, emplear el término ‘revolución’ en países como Cuba o Venezuela muy
posiblemente conduzca a confusiones con lo que dicen los gobiernos actuales de esos
países, independientemente de lo que se quiera decir. Entonces, ¿qué se puede
hacer para evitar ese peligro? El dejar de usarlos para emplear otros no
asegura que en el futuro no puedan ser recuperados por el izquierdismo. No
queda otra que tratar de explicarse de la manera más concisa y clara dándole
más importancia a las ideas que a los términos utilizados para nombrarlas.
Vayamos entonces a la idea a la que se refiere el término ‘revolución’ dentro
de algunos discursos contrarios a la sociedad tecnoindustrial. En forma breve,
describiría el proceso en el que una parte de la sociedad, organizada y
cohesionada en torno a la defensa de la autonomía de la naturaleza salvaje,
lograse acabar con las bases tecnológicas y económicas de la sociedad actual. La
pregunta clave aquí es si ello es posible. Y la respuesta no es ni ‘sí’ ni
‘no’, sino ‘depende’. Depende de las circunstancias. Un montón de
circunstancias futuras y presentes. Entre una de las circunstancias presentes
está cómo responden las personas que desean el fin del sistema tecnoindustrial
a esa pregunta. Si se contestan ‘no, no es posible’, añaden un granito más en
las circunstancias contrarias a ese proceso (a modo de profecía autocumplida).
Ted Kaczynski
defiende que es posible porque en el pasado movimientos organizados lograron
derrocar sistemas sociales y que es válida una analogía entre el derrocamiento
del Antiguo Régimen en la Francia del siglo XVIII o de la Rusia zarista y el
derrocamiento del actual sistema tecnoindustrial. Una pequeña aclaración que es
necesaria hacer en este punto: varias personas han afirmado que hay otros
individuos que siguen al pie de la letra las palabras de Kaczynski o que son
algo así como seguidores crédulos de él. Entre esos individuos crédulos estarían los
que participaron en la edición de La sociedad industrial y su futuro, uno de ellos es el que escribe estas palabras. A esas
personas sólo les puedo responder que su ignorancia es grande en este punto y
su capacidad para ver las discrepancias con algunas ideas de Kaczynski
limitada. Personalmente, discrepo con Kaczynski en que la analogía entre el
derrocamiento de un tipo de sociedad y otro sea válida. La sociedad actual ha
desarrollado mecanismos de autodefensa nuevos, su control sobre el
comportamiento humano es más eficaz y sutil, las dinámicas del funcionamiento
social se han acelerado por la introducción de nuevas tecnologías, etc. Todo
esto hace que la sociedad tecnoindustrial sea cualitativamente diferente de
otras sociedades civilizadas. También es mucho más poderosa. No obstante, esto
no significa que sea omnipotente y, por ello, en algún momento podría ser
vulnerable. Volvemos sobre la cuestión de las circunstancias favorables a aquel
proceso que algunos como Kaczynski denominan “revolución contra la sociedad
tecnoindustrial”. Mientras la sociedad actual siga compuesta por animales
humanos, tal y como los conocemos hoy (no modificados por la cibernética, la
ingeniería genética o algún otro desarrollo tecnológico y no sustituidos por
robots e inteligencia artificial superior a la humana), estará sujeta a las
dinámicas que la empujan una vez más contra los límites de la naturaleza
salvaje y la biosfera. La civilización tecnoindustrial tiene experiencia en ir
forzando límite tras límite ocasionando pérdidas naturales irrecuperables,
diezmando las poblaciones de fauna salvaje y destrozando multitud de
ecosistemas salvajes. Pero la biosfera está comenzando a dar muestras de
agotamiento y de no poder soportar el ritmo necesario para esta sociedad. Estas
circunstancias podrían introducir a la sociedad en una crisis estructural fatal. Bajo todas
esas circunstancias, una minoría bien organizada podría contribuir al fin de la
sociedad tecnoindustrial. La cuestión de quién tendría más mérito, si las circunstancias o esa minoría, en ese final
sería poco relevante. Lo importante es que es posible un escenario similar. ¿Es
seguro que eso ocurra? No. ¿Es seguro que no ocurra? Tampoco. Como con muchas
cuestiones del futuro, las incertidumbres son grandes. A muchos seres humanos
les cuesta mucho tratar con la incertidumbre, es cierto. Prefieren antes las
certezas de cualquier tipo, posiblemente por esto la religión sea un fenómeno
tan común en todas las sociedades humanas.
En resumidas cuentas, si tu enemigo es
considerablemente más fuerte que tú, lo lógico es prepararse para que cuando
esté debilitado poder batirlo. Quienes crean que ese ‘prepararse’ significa
simplemente ‘esperar’ se equivocan profundamente. Lo ilógico es darse por
vencido ya y en cualquier condición, rendirse o arremeter contra él hasta
obtener el resultado conocido de antemano de que te machacará gracias a su superioridad actual. Mientras la
relación de fuerzas no cambia, la confrontación directa es, tarde o temprano, un
suicidio. La relación de fuerzas cambia si te haces más fuerte o si te haces
más fuerte y tu enemigo se debilita o si sólo tu enemigo se debilita.
Un hecho curioso en la editorial de la
revista Regresión es que, a modo de
refutaciones de toda posibilidad de derrocamiento del sistema tecnoindustrial,
expone una serie de acontecimientos fallidos del pasado en los que movimientos
del pasado se enfrentaban a sus mayores problemas. Curiosamente se olvidan de
mencionar alguno de aquellos movimientos que sí tuvieron éxito en su intento de
derrocar el sistema social que tantos problemas les causaba, entre ellos los 2
que más cita Kaczynski, la revolución rusa y la revolución francesa. Parece que
con este sesgo selectivo creen quitarle la razón a Kaczynski. Se equivocan;
Kaczynski podrá tener razón o no, pero así no se refuta honestamente nada.
Este sesgo selectivo denota un derrotismo inamovible
y encaja bien con algunos de los dejes insurreccionalistas. El
insurreccionalismo anarquista, tan habituado a los fracasos, ha desarrollado
una literatura gloriosa y épica que se recrea en las derrotas del estilo: “está
todo perdido, pero joderemos al sistema [aunque sabemos ya, aquí y ahora, que
será al revés]”. Otro de esos dejes del insurreccionalismo es
el hábito de identificar a otros radicales o revolucionarios y dejarlos como
inferiores por su falta de acciones radicales o violentas contra el “sistema”. Así,
son frecuentes las descripciones como “revolucionarios de sillón”, “anarquistas
de salón”, “intelectuales de café”, etc., en la literatura insurreccionalista. ¿A
qué se debe ese afán de marcar su estatus diferente, de recalcar que son
personas (sobre todo hombres) de acción? Poco importa, lo que es seguro es que
el insurreccionalismo dejó de ser lo más radical en las últimas décadas al ser
superado en radicalidad por el ecologismo radical, el anarcoprimitivismo, o corrientes
críticas de la tecnología. Para recuperar su mayor radicalidad, ha incorporado
o absorbido ideas de esas otras corrientes, a menudo elementos que poca relación
guardaban con el anarquismo previo, y de este modo seguir actuando como lo hace el izquierdismo
(acaparando la crítica a la sociedad actual). El insurreccionalismo es una clase
muy extraña de izquierdismo en el que los problemas psicológicos son claros y
evidentes y recorren sus escritos. Además, tiene una clase de funcionamiento
particular en la que hay una serie de fases en bucle: acción radical-reacción
del atacado-solidaridad con los que recibieron la reacción-acción radical en
solidaridad con los que recibieron la reacción y vuelta a empezar. Ahora
aparecen grupos críticos con el sistema tecnoindustrial en los que su bagaje insurreccionalista
es claramente reconocible. Puede que ni siquiera se den cuenta de esa mochila
que todavía llevan a cuestas, pero, por ejemplo, el rechazo de la idea de un
movimiento organizado para acabar con la sociedad tecnoindustrial procede de
ese bagaje insurreccionalista y no de un análisis serio y honesto de las
posibilidades de una “revolución” [o el término que se prefiera] contra esta
sociedad. No es una idea que se descarte tampoco por cuestiones estratégicas,
puesto que “no esperan nada”, ni “ningún fruto” de sus propios ataques, sino por
cuestiones ideológicas previas heredadas de su pasado ideológico.
Nunca nadie consiguió algo diciéndose alguna
de estas cosas: “no creo que pueda”, “no es posible”, “no quiero hacerlo”,
“no”… Por lo menos, nunca nadie consiguió algo diciéndose esas cosas hasta la
llegada de las ayudas socialdemócratas o la caridad cristiana. Es una cuestión
de actitud, de actitud derrotista.
Notas
[1] Los comentarios de esta entrada son responsabilidad de una única persona y, por eso, otros autores y personas (como por ejemplo Anónimos con Cautela o Último Reducto) son ajenos a ella.