7 de enero de 2024

Las siete heridas ecológicas

 

En el mundo virtual, las últimas novedades, acontecimientos e iconos del momento concentran casi todas las atenciones. En particular, los asuntos políticos son objeto de recurrentes discusiones. Alimentadas por intereses no siempre claros, con ellas se recrean a diario viejas batallas en las que las turbas se alinean en sus correspondientes bandos, cada bando enarbolando sus nobles dogmas y lanzándose a la vorágine que los tiene entretenidos continuamente. Mientras, un sistema lo suficientemente flexible y versátil aprovecha esos barullos para imponer sus progresos de manera implacable. Tan cierto es que las batallas telemáticas absorben el tiempo y la atención de sus participantes, como que el mundo da pasos hacia situaciones de extrema gravedad y daños irreversibles. Pocos cuestionan y critican de verdad los axiomas de la fervorosa fe tecnológica, de modo que el progreso general del mencionado sistema es visto como la piedra angular de un nuevo mundo de bienes y felicidades. Lo peor de las batallas virtuales no es que sean posiblemente una pérdida de tiempo para sus participantes rasos, los cuales probablemente sólo buscan reconfortarse emocionalmente, sino todas las necesidades materiales y logísticas que la virtualidad o el mundo de las redes sociales telemáticas requiere. Los eslóganes, los mensajes más elaborados o las chorradas de turno son capaces de arrastrar la atención hacia aspectos coyunturales y secundarios (cuando menos), quedando lo importante desplazado ante tanta propaganda. Porque hay que tener en cuenta también que grandes organizaciones (y un elenco de pequeñas organizaciones satélites) están colocando su propaganda y orquestando esas batallitas virtuales para hacer prevalecer sus intereses por encima de todos los mindundis de Internet.

En las décadas recientes, las noticias se han hecho eco del estado preocupante en el que se encuentra el mundo natural. La publicación de estudios científicos llamando la atención sobre las tendencias que provoca el desarrollo de la sociedad ultratecnológica ha logrado hacerse un hueco entre los asuntos cotidianos. Aunque esto no significa que se haya llegado a comprender y, mucho menos, controlar ese mismo desarrollo (por razones que se han tratado en otras ocasiones).

Los problemas ecológicos se enfocan fundamentalmente según una premisa básica: que afecten de un modo u otro a los seres humanos. De no cumplirse esa condición, es muy probable que ese problema sea ignorado o que ni tan siquiera sea considerado problema. La aparición de una extraña enfermedad que deforma y seca los cultivos de árboles frutales es uno de esos casos que cumplen la condición básica. La aparición de una misteriosa avispa que tiene un voraz apetito por las abejas domésticas también. Una sequía o una borrasca más prolongada y potente de lo habitual que ocurre en una época del año inesperada encajan también en la manera en la que se expone lo que está ocurriendo en el mundo. En esta ocasión, aquí se va a reseñar una postura de atender los problemas ecológicos cuyo centro no es el ombligo humano.

Man swarm and the killing of wildlife, 2011
Dave Foreman, en su libro Man swarm and the killing of wildlife (algo así como El enjambre humano y la matanza de la vida salvaje) (Nota 1), explica que existen siete maneras en las que las sociedades humanas han herido al mundo salvaje y por qué éste debe seguir existiendo para sí mismo y por sí mismo y lo valioso que es esto. Esas siete heridas, son la matanza excesiva, la destrucción y domesticación de la naturaleza salvaje, la fragmentación de los ecosistemas salvajes, la alteración y el debilitamiento de los procesos ecológicos y evolutivos, la propagación de especies y enfermedades exóticas, el envenenamiento biocida de la tierra, el aire, el agua y la vida salvaje, y por último, el “enrarecimiento” global (o cambio climático y acidificación de los océanos).

  1. Matanza excesiva

Se ha traducido aquí “overkill” por matanza excesiva, a riesgo de dar a entender que Foreman estaba únicamente en contra de la sobreexplotación de la naturaleza y sabiendo que la idea que evoca “sobreexplotación” podría variar considerablemente en función de las necesidades humanas tomadas en cuenta. No obstante, Foreman no era un partidario de una explotación técnica o “racional” de la naturaleza de modo que pudiera continuar indefinidamente. Más bien, se oponía a ella porque había cuestiones previas por afrontar. Nos dejó escrito: «Históricamente, la caza ha causado la extinción, la desaparición local o la casi extinción de la vida salvaje, incluyendo a los antaño muy abundantes bisontes, palomas migratorias, aves limícolas, ballenas, bacalao, elefantes, tortugas marinas y muchos más. Dicha caza ha sido impulsada por la “necesidad” de carne y por los nuevos asentamientos y cultivos de las crecientes poblaciones humanas a lo ancho y largo del mundo.» (P. 52) «Incluso un pequeño grupo de chozas con herramientas parecidas a las de la Edad de Piedra pueden hacer desaparecer la fauna de mayor tamaño en una área protegida cercana. Dado que más bebés se convierten en más madres y padres, los cazadores van siempre más lejos con trampas, redes y viejas armas. Hay parques nacionales tropicales todavía llenos de enormes árboles nunca talados y pesadas lianas que están vacíos de grandes bestias salvajes debido a esta caza provocada por los crecientes embarazos humanos.» (P. 52)

  1. Destrucción y domesticación de la naturaleza salvaje

Para el caso de Estados Unidos, Foreman señala que ésta ha sido la manera más significativa de dañar la naturaleza. La explosión demográfica humana en los últimos tres siglos ha ido acompañada allí de la roturación de nuevas tierras de cultivo en áreas salvajes y del crecimiento urbano en sus distintas modalidades. Para darse ambas, la desaparición de los seres salvajes de esas tierras es un requisito. La extensión de la civilización lleva pareja la transformación radical de hábitats de innumerables especies de fauna y flora y su sustitución en algunos casos por suelos pavimentados y en otros por sucedáneos domesticados. En cada país y región del mundo, las fases de esta transformación han podido variar, intercalarse de diferentes maneras, pero el resultado en conjunto de todo este empuje civilizador es el mismo: la eliminación de la naturaleza salvaje.

  1. Fragmentación de los ecosistemas salvajes

Inexorablemente asociado al crecimiento poblacional humano, el desarrollo de vías de comunicación y transporte de materiales y energía parcela y divide ecosistemas causando muchas muertes de animales salvajes. Una vez consolidada esa división, los ecosistemas padecen graves consecuencias por las limitaciones que afectan a las poblaciones vegetales y animales que logran sobrevivir. Su distribución varía, su variabilidad genética se empobrece, sus rutas migratorias se ven bloqueadas, etc.

  1. Alteración y debilitamiento de los procesos ecológicos y evolutivos

El establecimiento de poblaciones humanas crecientes en un territorio dado ha resultado siempre en intentos de controlar o modificar procesos ecológicos como los incendios naturales, las inundaciones fluviales, la predación o la polinización. Esto provoca a su vez que las condiciones para la evolución natural se vean alteradas significativamente. Por ejemplo, la eliminación de grandes depredadores puede llegar a suprimir la regulación de arriba a abajo que éstos ejercen sobre las especies depredadas provocando graves cambios en todo el ecosistema.

  1. Propagación de especies y enfermedades exóticas

«Desde el comienzo del comercio a larga distancia, y probablemente antes, el Hombre ha llevado voluntaria e involuntariamente muchas clases de animales vertebrados e invertebrados, enfermedades de plantas y animales y trasladado vectores de enfermedad de los lugares donde habían evolucionado hacia nuevos hábitats. Allí, algunos crecen fácilmente en entornos perturbados por la desaparición de la vegetación autóctona donde ya no hay controles naturales y en esa situación superan a las especies autóctonas.» (P. 47)

«Más indios, más brasileños, más estadounidenses significa más barcos transportando porquerías de acá para allá y, con ellas, transportando más especies exóticas y enfermedades de un lado para otro.» (P. 58)

  1. Envenenamiento biocida de la tierra, el aire, el agua y la vida salvaje

Foreman cita al biólogo Daniel McKinley que en 1971 advertía: “Todos los animales crean desechos, pero sólo el hombre crea productos que la naturaleza no puede reclamar, y a tal ritmo que puede echar a perder el mundo antes de que éste se purifique a sí mismo.” (P. 58)

“Tanto como desearíamos librarnos de estas losas, debemos reconocer que cuantos más seamos, más contaminantes y venenos traeremos, que la industria química trabaja para cubrir la necesidad que conlleva el surtidor de bebés. Es difícil limpiar un desastre cuando aquellos que lo causan son más cada año, algunas veces duplicando su número cada poco tiempo.” (P. 59)

  1. “Enrarecimiento” global (o cambio climático y acidificación de los océanos)

Foreman pone énfasis en que el crecimiento disparado de la población humana de los últimos dos siglos es el causante último de la producción y generación ingente de gases de efecto invernadero.

“El resultado es que las soluciones para la contaminación por gases de efecto invernadero son todas técnicas y económicas. Pasar por alto la población como principal factor impulsor y la congelación y reducción de la población como principal solución es válido no sólo para la contaminación por gases de efecto invernadero, sino también para las siete heridas ecológicas.” (P. 61)

Foreman, fallecido en septiembre de 2022, era un conservacionista estadounidense claramente inclinado hacia una ética ecocéntrica, es decir, basada en la importancia que merecía la naturaleza salvaje, sus ecosistemas y sus habitantes. En Naturaleza Indómita tienen accesibles unos cuantos textos de él para acercarse a su ideario (al final de esta entrada hay una recopilación de enlaces). Muy a su pesar, Foreman ha visto en vida cómo se desviaban y tergiversaban dos de sus mayores aportaciones al conservacionismo: Earth First! y el rewilding. Hay un artículo bastante detallado en castellano sobre el caso de Earth First! titulado “De cómo la Tierra dejó de ser lo primero”. Los fundadores estadounidenses de aquel movimiento (Foreman entre ellos), que enfatizaron desde el principio las bases ecocéntricas de su actividad, favorecieron la entrada en él de muchas personas que suscribían superficialmente esas bases al tiempo que portaban ideas izquierdistas o neopaganas difícilmente compatibles con esas mismas bases. Inevitablemente, el choque de posturas afloró en poco tiempo y, tras muchas actividades notorias, una parte de los fundadores abandonó el movimiento, iniciando y dedicando su tiempo a otras iniciativas. En el caso del rewilding, hay una distancia considerable entre lo que ideó Foreman y lo que se ha puesto en marcha en Europa. La preocupación por los territorios salvajes y el consecuente intento de ponerlos a salvo de las heridas infligidas por el enjambre humano se han dejado de lado en favor de una visión de la naturaleza que es un nuevo caballo de Troya contra lo salvaje (como lo fue el concepto de “desarrollo sostenible” en su día). Kate McFarland ha expuesto en detalle las grandes diferencias existentes a la hora de entender el rewilding y cómo en Europa se ha tergiversado esa idea (Nota 2).

Más allá de las razones inmediatas por las que Earth First! o el rewilding en Europa se pervirtieron como proyectos (Nota 3), hay que procurar comprender también las razones profundas por las que es tan probable que cosas así acaben ocurriendo con el tiempo. En la sociedad tecnoindustrial toda propuesta para defender la naturaleza salvaje corre serio riesgo de cooptación (Nota 4). Las razones para ello tienen que ver con la propia idiosincrasia del sistema social humano actual que, visto en la perspectiva de la historia del Homo sapiens, puede calificarse apropiadamente con el adjetivo masivo. Masivo por lo inmensos que son los números de las poblaciones humanas hoy día, en total unos 8.000 millones -y creciendo. Este factor demográfico tiene unas consecuencias directas sobre la naturaleza salvaje, como Foreman describió con preocupación en múltiples ocasiones. Ahora bien, también tiene unas consecuencias indirectas sobre la propia sociedad que atañen a ese riesgo de cooptación. Así debe entenderse la aparición de personajes mezquinos que tergiversen una propuesta para defender la naturaleza salvaje (por ejemplo, demagogos o chiflados) o la corrompan en beneficio propio (por ejemplo, embaucadores o técnicos-expertos aspirantes a profesionalizarse u obtener mejores remuneraciones) o de otras causas diferentes (izquierdistas de todo pelaje). Asimismo, masivo en sus necesidades de recursos materiales y energía, los cuales proporcionan al sistema humano un poder nunca conocido por la naturaleza. Ese poder puede ser utilizado para superar dificultades de todo tipo y participa en todas las heridas ecológicas mencionadas anteriormente. La interacción con distintas partes infraestructurales y estructurales de este sistema humano tiene un efecto de arrastre en la dirección del masivo flujo de recursos materiales y energía. Ese efecto de arrastre no es algo solamente físico, sino que afecta a las tendencias culturales predominantes de la sociedad, las cuales se ven arrastradas a tratar, justificar, elogiar o temer por ese nuevo poder.

Por otro lado, los humanos no somos únicamente agentes racionales que analizan situaciones conflictivas y optan por embarcarse en la solución óptima al coste que sea. Ni siquiera somos receptivos a argumentaciones lógicas y racionales que contravengan algunos convencimientos profundos e intuitivos. Existen características en nuestra naturaleza, no elegidas y heredadas, que nos inclinan a ciertos comportamientos, a priorizar unas cosas sobre otras, independientemente de las causas, pasatiempos o hobbies que nos atraigan. Además, los sistemas sociales civilizados llevan cientos de años “aprendiendo” cómo manipular esas características en su beneficio, con mayor o menor éxito, y, en ellos, han emergido nuevas organizaciones mucho más poderosas que el humano común y corriente (y sus grupos de familiares y allegados), a las que éste debe someterse mientras le hacen creer que no es así (Nota 5). El contacto recurrente con esas partes infraestructurales y estructurales puede llevar a asumir, por ejemplo, que no queda más remedio que dedicarse a los cuidados paliativos de la naturaleza salvaje desde el propio sistema que la hiere. Dejó escrito un filósofo un aforismo que aquí es pertinente:

Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti.



 Nota 1: Dave Foreman, Man Swarm and the Killing of Wildlife. The Rewilding Institute y Raven’s Eye Press, 2011.

Nota 2: https://rewilding.org/take-back-rewilding-prologue/

Nota 3: Es sorprendente cómo se le puede llegar a dar la vuelta a una idea. El caso para el rewilding ibérico ahora resalta que pone a las personas en el centro, justamente una idea en las antípodas de lo que desarrolló Foreman.



Nota 4: Se usa aquí una acepción muy poco (o nada) utilizada en castellano derivada del término inglés “Co-optation”. Brevemente, consistiría en el proceso por el cual un grupo o comunidad que desafía el sistema social total o parcialmente es transformado de modo tal que acaba participando en el sistema de forma inocua, dejando a un lado su posición desafiante y no alcanzando cambio significativo en el sistema social. Raramente es un proceso planificado por los dirigentes políticos del sistema social, aunque pueden ser reconocibles diferentes fases o estados de ese proceso.

Nota 5: El cuarto principio y la asignación de culpas.


Algunos textos de Dave Foreman en castellano:

¿Población, opulencia o tecnología?

El mito del movimiento ecologista.

Algunas preguntas a Dave Foreman.

La auténtica idea de la Naturaleza salvaje.

¿Hacia dónde se dirige Earth First!?

El mito del paisaje precolombino humanizado.

Allá donde el hombre es un visitante.

¿De qué va realmente todo esto?/La gran miopía. 

La arrogancia de la elevación espiritual. 

El gen de la naturaleza salvaje. 

Preservar la experiencia de la naturaleza salvaje