1 de marzo de 2022

25 años después (II)

En la entrada anterior repasamos algunos rasgos del izquierdismo señalados en La sociedad industrial y su futuro. Comentamos la falta de una definición clara y precisa de “izquierdismo” y cómo este manifiesto trataba de dar unos criterios de diagnóstico (página 152 y siguientes). Quizás, haya una razón fundamental por la que alcanzar esa definición no sea nada sencillo. La naturaleza proselitista del izquierdismo trata de alcanzar a la masa y para ello ha utilizado una gama de técnicas de infiltración y persuasión considerable. Un patrón habitual del izquierdismo ha sido acercarse a todo tipo de agrupaciones de la sociedad, desde las deportivas hasta las empresariales, integrándose en ellas y redirigiendo sus funciones y objetivos hacia aquellos que son los de su credo -o al menos compatibilizándolos. Así pues, si nos centrásemos en una asociación cualquiera que está en ese proceso de transformación, ¿cuándo sería apropiado catalogarla como izquierdista? Y si hay resistencias internas a ese cambio, ¿hasta qué punto se la puede considerar enteramente izquierdista? Es cierto que hay bastantes precedentes de toma de asociaciones y movimientos por los izquierdistas y no es extraño recelar de que, una vez se empieza ese camino, mal destino se alcanza. ¿Qué definición clara y precisa resiste las técnicas camaleónicas de aparentar no ser lo que se es? Para desgracia nuestra, como el izquierdismo es la ideología dominante, suele ser una obligación legal para todo tipo de asociaciones tragar con algún principio izquierdista y, por ello, el terreno de juego está mucho más claro.

Se ha dicho que el manifiesto, al insistir tanto en su crítica a las posiciones de izquierda, le hacía el juego a la derecha. Es normal que los izquierdistas se sientan atacados cuando lo leen porque cuestiona sus motivaciones y sus valores básicos. Sin embargo, la derecha tampoco sale bien parada al presentarla como una posición estúpida y contradictoria (p. 48 y siguientes). Hoy día, gran parte de lo que se denomina derecha es, a grandes rasgos y generalizando, una carcasa hueca, muy acicalada con campañas de marketing y propaganda con señuelos de los viejos valores “tradicionales” (sean cuales sean) y con ganchos provocadores para llamar la atención y aparentar reacciones a algunos planteamientos de la izquierda. Al ser una carcasa sin nada dentro más allá de la búsqueda del poder y cuatro tópicos, ha ido asumiendo o aceptando lentamente varias de las innovaciones que han ido trayendo las distintas oleadas del izquierdismo, al mismo tiempo que se oponían a alguna de las últimas modas de la izquierda. Una oposición sin mucha convicción o congruencia. Al fin y al cabo, la transformación de la sociedad producida por los cambios tecnológicos, demográficos, ecológicos y económicos acaba afectando y permeando todas las instituciones de la sociedad y sus justificaciones ideológicas. Algún derechista ya lo entendió hace pocas décadas y formuló su propia ley “inexorable”, la primera ley de O’Sullivan. Se enuncia así: “Toda organización que no sea realmente de derechas, acabará convirtiéndose con el tiempo en una organización de izquierdas”.

Además hay que añadir a todo esto que hoy se suele incluir en la derecha a posiciones de gente que se quedó varada y anclada en alguna oleada antigua de la izquierda, incapaces siquiera de comprender los disparates posmodernos de las nuevas modas izquierdistas. El oponerse a los desvaríos de las últimas tendencias del izquierdismo por supuesto que no convierte a nadie automáticamente en conservador, ni siquiera es algo que entre en contradicción con los valores nucleares del izquierdismo. Por decirlo en pocas palabras, la velocidad a la que se está transformando la sociedad no la pueden seguir muchas veces ni siquiera los que quieren que la sociedad avance y “progrese socialmente”. Esta transformación no está bajo el control de ninguna persona concreta -o grupo-, y mucho menos bajo el control de las personas comunes y corrientes. Además, no hay atisbos de que se vaya a detener en las próximas décadas, lo cual es un hecho muy preocupante. Surge por sí sola una cuestión que también tendría miga: ¿Qué es, en esencia, la derecha? Como ocurre con la izquierda, podrían determinarse algunos valores políticos y morales que surgen de una concepción, explícita o implícita, de la naturaleza humana. También, no sería muy complicado demostrar que los valores morales que se toman por referencia de la naturaleza humana son extrapolaciones erróneas o perversiones de valores morales que en ciertas circunstancias y en ciertos contextos los seres humanos hemos utilizado como guía. A los “dialécticos” derecha-izquierda les interesa plantear su confrontación político-moral en términos muy categóricos. Todo ello para favorecer sus juegos de poder.

Entre aquellas advertencias del manifiesto sobre el peligro del izquierdismo, hay una en particular sobre la que merece la pena detenerse. Dice así: “[los izquierdistas] usarán [la tecnología] para oprimir al resto de la gente si alguna vez logran hacerse con su control” (p. 145). En el momento en el que se escribió el manifiesto, los años inmediatamente posteriores a la caída de la Unión Soviética, era difícil imaginar la transformación de un país como China. Desde una perspectiva estadounidense, el temor a que el izquierdismo se hiciera con el control de su país era más factible a que una nación ya gobernada por un movimiento izquierdista se desarrollara tanto económica como tecnológicamente como para llegar a ser la primera potencia mundial. Así se entiende que en algún punto FC se decantara por pronosticar que el control sobre el comportamiento humano no sería introducido mediante una decisión calculada por las autoridades sino mediante un proceso rápido de evolución social (p. 108). Un gran poder político que sigue un credo político centrado en el control del comportamiento humano y alineado con grandes organizaciones tecnológicas ha impulsado un proceso de desarrollo que se retroalimenta: mayor poder tecnológico-mayor control sobre el comportamiento-mayor poder tecnológico-etcétera. El pronóstico de FC no contemplaba que pudieran darse varias vías hacia el control del comportamiento humano compitiendo entre sí, aunque también es verdad que asumía que podría haber más posibilidades en el futuro de las que se mencionaban en el manifiesto (p. 125).

Sea como sea, estamos inmersos en ese rápido proceso de evolución social hacia un mayor control del comportamiento humano y los escenarios sobre el futuro próximo planteados en el manifiesto nos sitúan ante dilemas totalmente actuales.

Es revelador plantearse cómo es posible que un ensayo escrito mucho antes de la gran eclosión de Internet, de los teléfonos inteligentes, de la inteligencia artificial, de tantas y tantas novedades tecnológicas que hoy caracterizan la vida actual continue planteando críticas tan incisivas sobre la tecnología. ¿Cómo puede ser que tecnologías vagamente imaginadas en las fechas en las que el manifiesto fue escrito se comporten con ciertas características intrínsecas allí descritas? ¿Qué fuerzas orientan a las sociedades hacia unas tendencias concretas? ¿Por qué ese recelo hacia los avances de la tecnología? Muy lejos quedan ya los días del primer Internet, en los que las promesas de libertad de expresión y acción eran omnipresentes, junto con la promesa de limitar el poder y sus excesos. O los días en los que las tecnologías de las energías renovables proporcionarían autonomía a las personas y a las pequeñas comunidades a la vez que no dañarían la naturaleza. En nuestros días, es fácil oír recelar de las grandes compañías tecnológicas y su poder. También es fácil escuchar quejas de los NIMBYs (Nota 1) sobre las tecnologías que explotan las energías renovables. “Renovables sí, pero no así”, claman. Lamentablemente, la hostia que se están dando muchos al caerse del guindo de las renovables no les dará para comprender que una sociedad de gran escala necesita una industria pesada para mantenerse, incluso con renovables. E inexorablemente e inevitablemente una sociedad de masas con tecnología avanzada es incompatible con un respeto real y verdadero de la naturaleza. De esto ya se publicaron algunas entradas en este blog, así que volvamos a cómo es posible que el manifiesto de Unabomber acertara con el carácter que tendrían los nuevos avances tecnológicos.

Darwin desconocía la existencia del ADN y las reglas concretas de la herencia biológica basada en genes. De hecho, planteó una teoría que explicaba cómo se transmitían los caracteres de una generación a otra, la teoría de la pangénesis. Tiempo después quedó claro que era una teoría equivocada y que debía descartarse. A pesar de ello, la evolución de las formas de vida mediante la selección natural era un fenómeno observable e inteligible sin tener idea de genética. Salvando las distancias, la evolución de la sociedad tecnológica también sigue patrones generales reconocibles incluso para personas que ignoren cómo se configura y funciona el último cachivache digital e “inteligente”. Muchas veces la preponderancia de lo inmediato y de lo novedoso ocultan las tendencias de largo recorrido. O como dice el dicho los árboles no dejan ver el bosque. La visión sobre la tecnología del manifiesto no es original (Nota 2). Contempla unos mecanismos de ordenación e integración en la sociedad que prevalecen sobre las formas de uso de las nuevas tecnologías. Se puede desconocer por completo cómo realizar una conexión a Internet través de un dispositivo concreto y, sin embargo, saber que los cambios que Internet provoca en la sociedad son ajustados a cierto tipo de funcionamiento general del sistema tecnológico y que esos cambios pueden tener además unas consecuencias inesperadas sobre toda la estructura social (desde los protocolos de seguridad laboral hasta la moral comúnmente aceptada).

Recientemente, un ilustre neurocientífico ha dado unas cuantas entrevistas en medios españoles (Nota 3). Se trata de Rafael Yuste, impulsor del proyecto Brain en Estados Unidos, un proyecto de investigación sobre el cerebro humano parecido al proyecto europeo del que hablamos en la entrada “¿Tenía Unabomber razón? (I)”. Repasando ahora esa entrada, vemos que los textos traducidos en ella del proyecto europeo han sido eliminados de la página web actual del proyecto y su presentación ahora es mucho más escueta. Sin embargo, los dilemas que traen estos desarrollos tecnocientíficos siguen siendo los mismos. Al leer las declaraciones de este neurocientífico, uno se da cuenta de que no es ningún estúpido y que es consciente de las graves repercusiones que los avances en su campo van a provocar en la humanidad. También se comprende que está vendiendo su proyecto exagerando ciertos logros, quizá buscando más financiación, quizá más estatus o quizá alguna otra motivación no tan “noble” como suelen albergar muchos científicos (Nota 4).

Los avances en neurociencia se promocionan con formulaciones “positivas” como “mejoramiento mental y cognitivo de la especie humana”, “tecnología aumentada”, “humanidad aumentada”, “humanidad mejorada”, etc. Junto con la promesa de curación de enfermedades del cerebro humano, viene la nueva corriente tecnófila transhumanista. Sin embargo, es tan obvio que todo esto trae unas consecuencias nefastas a muchos niveles que no les queda otra que inventarse un marco mental en el que todas esas nuevas tecnologías están bajo control, bajo un “buen” control. Hay que inventarse unos “neuroderechos” que protejan la privacidad mental, la identidad personal, el libre albedrío, etc. La trampa de los derechos humanos sigue funcionando: confiar en que el papel lo aguanta todo, por el bien de todos, mientras la realidad va por otro lado, lejos de idealismos hacia el definitivo sometimiento de las voluntades individuales. También se nos muestra un nuevo capote al que entrar: la “injusta” desigualdad que generaría que unos pudieran acceder a las tecnologías de mejoramiento y otros no. Está fuera de toda duda que hay muchísimas personas a las que les gusta que les toreen de esa manera. Leyendo La sociedad industrial y su futuro, se puede comprender que las partes “buenas” de esas tecnologías van indisociablemente unidas a sus partes malas, que, obviamente, no serán mencionadas en su publicidad (p. 87 y siguientes). Se puede comprender también que esos desarrollos tecnológicos son una tendencia más poderosa que el deseo de libertad (p. 89 y siguientes). También se puede comprender que no todo está dicho y es inequívoco, pero no por ello dejamos de estar en la encrucijada descrita en las páginas 112 y siguientes. Una encrucijada bien jodida.

NOTAS

Nota 1: NIMBY es un acrónimo inglés para “Not In My Back Yard”, que en castellano significa “No en mi patio trasero”. Se utiliza para identificar a las personas que se oponen a los desarrollos tecnológicos fundamentalmente porque están en las proximidades de sus casas y les causan molestias de algún tipo.

Nota 2: Véase «Postfacio al “Manifiesto”» de Ted Kaczynski, La sociedad industrial y su futuro, págs. 173-176.

Nota 3: Dos de ellas se pueden leer sin suscripción:

La ciencia ya lee tu cerebro, pronto desvelará hasta tu subconsciente”, XLSemanal, ABC, 19-12-2021.

Tener un sensor en la cabeza será de rigor en 10 años, igual que ahora todo el mundo tiene un teléfono inteligente”, El País, 5-1-2022.

Nota 4: Siempre hay que tener presente en estos casos este breve escrito, ¿Está el trabajo científico motivado principalmente por un deseo de hacer el bien a la humanidad? por Theodore J. Kaczynski.