Comentarios finales
A lo largo de este artículo,
han ido saliendo bastantes ideas que difícilmente pueden resumirse en unos
pocos párrafos. Así que solamente quedarán destacadas algunas. Para empezar, la
postura adoptada aquí respecto a la naturaleza consiste en tomar como valor
fundamental la autonomía de la naturaleza salvaje. De ahí como punto de
partida, ha quedado constatado que la sociedad tecnoindustrial es incompatible con ella. No hay
manera de conciliar las tendencias intrínsecas de una con las tendencias
intrínsecas de otra. Las implicaciones de esto son claras: es necesario el fin
de la sociedad tecnoindustrial para preservar y recuperar la autonomía de lo
salvaje. Sin embargo, no es habitual llegar a tales conclusiones. Esto
posiblemente se deba a nuestra limitada capacidad de raciocinio. Como animales
parcialmente racionales, los humanos no nos movemos bien en las valoraciones
generales y abstractas, ni siquiera en la sociedad actual que tiene
desarrollados métodos para tales tareas. Si además están involucrados nuestros
sentimientos y necesidades psicológicas, nuestro razonar se ve más entorpecido
todavía. Se hacen valoraciones partiendo de puntos de vista personales, generalizaciones
a la vista de escasos datos, etc., de modo que no sólo se cae en la
irracionalidad sino que se trata con ello de cumplir con ciertas expectativas y
convenciones sociales o de acceder a satisfacer ciertas necesidades
psicológicas. En otros lugares de este artículo, se mencionaron el caso de las
actividades sustitutorias y del izquierdismo, así como ciertos resortes de las
tendencias humanas dados por nuestra naturaleza. No obstante, todos estos entorpecimientos
no son un impedimento absoluto, algunos defendemos esas conclusiones.
En mi opinión, conviene
albergar mucho escepticismo acerca de la posibilidad de que el ecologismo mute
sus posiciones sobre la naturaleza de la sociedad tecnoindustrial, la
naturaleza humana o el sistema tecnológico. Las razones de ello han ido
asomando aquí y allá y podrían resumirse en “así viene rodado”. Una dinámica de
una organización o de un movimiento no se modifica con argumentaciones
racionales, muy a pesar de humanistas con su idea de ser humano como ser
racional. Una prueba de ello es la existencia de organizaciones o movimientos
centenarios que resisten muy bien en sus estupideces y chaladuras.
El sistema tecnológico, el
esqueleto y la musculatura de la sociedad tecnoindustrial, ha sido descrito
aquí como un sistema predominante, cohesionado y expansivo. Estas
características señalan puntos críticos en los problemas que causa la sociedad
tecnoindustrial:
- el sistema tecnológico marca la pauta en la evolución de esta sociedad, por encima de cualquier otro factor,
- no es posible separar y seleccionar unas partes “mejores” sin que vayan acompañadas de otras partes “peores”,
- el sistema tecnológico alimenta la dinámica de crecimiento y expansión que tanto está perjudicando a la naturaleza salvaje.
Este análisis tiene muy poco
que ver con aquellos que centran su crítica en los excesos de la opulencia y en
el derroche de “recursos”, es decir, los que señalan la grasa de más que hay en
el cuerpo, cuando los problemas se extienden por todo él.
¿Cómo se relaciona el sistema
tecnológico con la naturaleza salvaje? Intentando captar, y extraer tanta
energía y tantas “materias primas”, respectivamente, como sea posible. Esto
significa intervenir de forma profunda en los ciclos de autorregulación de los
ecosistemas y, para obtener energía y materias primas de forma continuada,
estable y en cantidades crecientes, tiende a gestionarlos, a domesticar la
naturaleza como conjunto y a trastocar seriamente los procesos de evolución
natural. Un ejemplo significativo de esto es la gestión hidráulica de un número
creciente de ríos del planeta.
¿Cómo logra el sistema
tecnológico que sus tendencias de desarrollo prevalezcan? Entre otras cosas, el
desarrollo tecnológico modifica lo que es ventajoso y lo que es desventajoso en
las decisiones de los individuos. Estos, cuando una nueva tecnología se
introduce en la sociedad, perciben, de un modo u otro, tarde o temprano, que
los costes y los beneficios vinculados al campo donde se aplica esa tecnología
han cambiado. La relación costes-beneficios se ve trastocada y las decisiones
se inclinan hacia la nueva tecnología ya sea por la eficiencia de esa
tecnología, por la dependencia generada a la sociedad, por una campaña de marketing
eficaz (basada en promesas de eficiencias y mejoras), etc. Una vez adoptada una
tecnología de esta manera es muy difícil abandonarla y volver a la etapa de
costes-beneficios precedente. Pensemos en las dificultades que conllevaría la
vuelta a un vehículo de tracción animal en las circunstancias actuales. Esta es
la forma más accesible para los individuos de observar la importancia del
desarrollo tecnológico, sin embargo, el sistema tecnológico evoluciona y se
desarrolla con una inercia que no está en muchas ocasiones al alcance de
decisiones individuales. No sólo porque estas decisiones puedan no ser
relevantes ni afectar al proceso global, sino que los hechos importantes ni
siquiera sean objeto de decisiones de los individuos. O, si se prefiere, hablaríamos
de comportamiento individual en vez de toma de decisiones puesto que los
humanos, según parece, emprendemos en muchísimas ocasiones nuestras acciones
sin realizar antes un proceso de toma de decisión racional. Nuestra mente no
sólo se guía por los análisis más o menos lógicos, sino que además se ve
empujada por tendencias innatas, tendencias no conscientes, etc. Sea como sea, la
inercia del sistema tecnológico también repercute en el conjunto de la sociedad
en aspectos fundamentales. Esto significa simplemente que su modo de funcionar empuja
a la sociedad hacia determinadas direcciones. Como esto irremediablemente está
relacionado con el comportamiento humano, con las decisiones individuales y con
las decisiones de grandes organizaciones e instituciones, puede parecer que el
problema radica en lo que la gente decide, desea o hace y en decisiones
empresariales o políticas, cuando tiene orígenes más profundos y complejos.
El desarrollo tecnológico se
justifica muy a menudo como una muestra de libertad, en el sentido de que puede
ser fruto de la creatividad e iniciativa de algún inventor o que ofrece nuevas
posibilidades y opciones a quien utilice sus aparatos. En este sentido, ‘libertad’ se entiende como elección entre
múltiples posibilidades, cuantas más posibilidades mayor libertad. Es un
sentido del término que tiene cierta trampa, puesto que no entra en el meollo:
decidir en qué. Si nos fijamos, la tendencia principal que alimenta esta manera
de entender la libertad se dirige hacia generar nuevas posibilidades de
elección en un mundo virtual, al mismo tiempo que en el mundo más mundano y
menos computerizado aumentan paulatinamente las restricciones, las cuales van
irremediablemente asociadas al desarrollo tecnoindustrial. ¿Decidir en qué? El
meollo debería residir en el cuarto elemento del “proceso de poder”: la autonomía. Una autonomía que,
como potencialidad, nuestra especie recibió en herencia del mundo al que
pertenecemos en el fondo, la naturaleza salvaje. Todos los gadgets del mundo no
van a cambiar eso y, mientras la sociedad tecnoindustrial continúe existiendo,
no habrá espacio para la libertad de verdad e importante, malamente para su
copia virtual.