Si alguien aún imagina que podría ser posible reformar el sistema de
modo que la libertad sea protegida de la tecnología, debería considerar lo
torpe y, en la mayoría de los casos, ineficientemente que nuestra sociedad ha
hecho frente a otros problemas sociales que son mucho más simples y manejables.
Entre otros, el sistema ha fracasado en los intentos de parar la degradación
ambiental, la corrupción política, el tráfico de drogas o la violencia
doméstica.
La sociedad industrial y su futuro, Pág. 97
El Manifiesto de Unabomber está centrado en la demostración
de cómo el desarrollo tecnológico implica una grave amenaza para la libertad,
amenaza que no se podrá contener con regulaciones y leyes del actual sistema
social. Si bien la idea de libertad defendida en el Manifiesto está ya desarrollada
allí (en el apartado “La naturaleza de la libertad”), otros problemas generados
por el desarrollo tecnológico han sido analizados y reconocidos por Ted
Kaczynski, el cual los enumera parcialmente en una de sus cartas que se han hecho
públicas (1). Un listado que como mínimo debería generar preocupación. “El
progreso tecnológico –escribe Kaczynski- acarrea demasiados problemas con
demasiada rapidez. Incluso si hacemos la suposición extremadamente optimista de
que cualquiera de los problemas pudiera solucionarse mediante una reforma, no es
realista suponer que todos los
problemas más importantes pueden solucionarse mediante reformas y a tiempo.” (2)
En comparación con problemas sociales (corrupción política, tráfico de drogas,
violencia doméstica, etc.), el problema del deterioro de la naturaleza causado
por la sociedad tecnoindustrial es importantísimo. En otra ocasión ya se trató
aquí por qué la sociedad actual es incapaz de detener los daños a la naturaleza
(Otra cumbre más para salvar la Tierra). Esta vez puede ser interesante señalar
algunos testimonios de profesionales o estudiosos de la conservación de la
naturaleza que ponen de manifiesto las grandes dificultades que tiene esa meta
para integrarse en el funcionamiento del sistema social actual y en la propia
dinámica autónoma de la naturaleza:
Berta Martín-López escribía por su parte: “Nuestra
afinidad innata por determinados seres vivos viene determinada por factores
emotivos como la proximidad filogenética de los mismos al ser humano o la
semejanza física con nuestros recién nacidos (formas redondeadas, frentes
abultadas u ojos grandes). El etólogo Konrad Lorenz ya explicaba en 1950 el
mecanismo por el cual el ser humano establece lazos afectivos con animales de
aspecto infantil. Ello resulta positivo, puesto que favorece que la sociedad
apruebe y promueva la conservación de la biodiversidad. Sin embargo, aumenta el
riesgo de que tan irracionales criterios acaben rigiendo las políticas de
conservación de especies (los actuales presupuestos de conservación de
vertebrados muestran cierta relación con caracteres morfológicos que recuerdan
a nuestros bebés). […] Nos encontramos en un bucle de realimentación positiva donde
solo unas pocas especies de aves acuáticas, rapaces y mamíferos se consideran
prioritarias a nivel político, científico y social. Sin embargo, no son
precisamente estas especies carismáticas las responsables del mantenimiento de
la mayoría de los procesos ecológicos de los cuales dependen los servicios que
la biodiversidad suministra a la sociedad humana. La polinización, la
fertilización del suelo, el control de la erosión o la depuración del agua no
dependen principalmente de los mamíferos ni de las aves, sino de
microorganismos, plantas o invertebrados, grupos que despiertan escaso interés
político, científico y social. Así pues, invertir la mayor parte de los
recursos en los grandes vertebrados no solo pone en riesgo la conservación de
la biodiversidad, sino también el flujo de servicios de ecosistemas de los
cuales depende el bienestar de la sociedad.” (3) Dejando a un lado la
perspectiva antropocéntrica de la autora (“la naturaleza es valiosa porque
proporciona servicios a la sociedad, no por sí misma y para sí misma” vendría a
ser el razonamiento subyacente), estos testimonios recogen algunas de las
señales que consolidan la idea de que la sociedad tecnoindustrial es incapaz de
ser compatible con la naturaleza salvaje y sus procesos de evolución. Bien sea
por la parcialidad de las instituciones humanas y de los gestores científicos y políticos, por el desconocimiento, por las consecuencias
imprevistas que aparecen en los sistemas complejos, por la tendencia expansiva
del desarrollo tecnológico y de la sociedad tecnológica global o por alguna
otra razón, no es una conclusión sólida defender que este sistema social
solucionará los problemas de la degradación ecológica. Más bien es una conclusión
que hace aguas. Un dato que lo ilustra bien es la proyección de superficie
urbana mundial que se hará necesaria dentro de 20 años según las tendencias demográficas
de la población humana actual. Se estima que la superficie adicional urbana serásimilar a las superficies de Alemania, Francia y España juntas (1,5 millones de
km2).
Las consecuencias de esta continuación del desarrollo de la civilización
tecnoindustrial son más o menos las esperables y de sobra conocidas, a las que
habrá que añadir las no previstas e inesperadas (como lo que ahora se sabe
sobre ciertos productos químicos que llevan décadas elaborándose).
El desarrollo tecnológico acarrea demasiados nuevos
problemas con demasiada rapidez. No es posible para el sistema social actual
solucionarlos, por tanto, es necesario tomar la solución drástica: acabar con la
sociedad tecnoindustrial antes de que ella acabe con la naturaleza salvaje y con
los humanos tal y como los conocemos hoy (un resultado de los mismos procesos
de la selección natural).
Notas
(1) “Letter
to David Skrbina, March 17, 2005” en Technological
Slavery, Feral House, 2010, Págs. 308-329.
(2) “Letter
to David Skrbina, March 17, 2005” en Technological
Slavery, Feral House, 2010, Pág. 317. Traducción propia.
(3) “De linces y hongos”, Berta Martín-López, Investigación y Ciencia, nº 425, febrero 2012. La importancia de los
grandes vertebrados, y en concreto los grandes depredadores, en el
funcionamiento de los ecosistemas no es tan trivial como parece insinuar esta
autora. Véase, por ejemplo, ¿Por qué son importantes los grandes depredadoresen los ecosistemas?