Segundo problema: los
fines personales marcan la pauta
El
izquierdismo también se mantiene y desarrolla cuando las personas intentan solucionar
sus problemas individuales mediante la actividad política. Detrás de una
fachada de altruismo, generosidad y buena intención, encontramos que muchas
personas se meten en actividades políticas porque no han podido experimentar el
“proceso de poder” de un modo adecuado. Cuando esto ocurre, hay quienes
encuentran satisfacción organizando actividades entretenidas o quienes
encuentran satisfacción en acumular poder o reconocimiento. Esas actividades no
necesariamente son eficaces respecto a los fines políticos declarados, pero
entretienen; de ahí la proliferación de actos más propios de la animación
sociocultural en las últimas décadas. Es cierto que crean adhesión y refuerzan
el sentido de pertenencia a la corriente izquierdista de turno; sin embargo,
son poco más que actividades sustitutorias.
No es difícil
encontrar en las organizaciones e instituciones izquierdistas pruebas y
comportamientos que desmienten una y otra vez sus anhelados fines políticos. No
se trata solamente de que esos fines políticos puedan mejorar el sistema social
actual, sino que, en muchas ocasiones, son irrealizables para los seres humanos.
Al menos, para los seres humanos tal y como los conocemos hoy día. Si los Homo sapiens de hoy fuesen modificados
en su naturaleza gracias a los avances tecnológicos, el cantar podría ser otro.
El coste de avances similares ya los está sintiendo todo el planeta en la actualidad. En su empeño por
alcanzar esos fines, no importa que la gente se tenga que adaptar a situaciones
y modos de vida cada vez más artificiales. Esto no se puede considerar como
algo positivo ni siquiera para los propios humanos. El alejamiento de la
naturaleza salvaje, interna y externa a los individuos, no sale gratis. El
fracaso a la hora de experimentar el “proceso de poder” es una prueba de ello.
Resumiendo, aunque
muchos izquierdistas persiguen en el fondo fines personales (en el sentido de fines
psicológicos propios) en sus actividades políticas, haciéndolo contribuyen a la
búsqueda de unos fines políticos bastante peligrosos para la misma naturaleza
humana. Dada su implicación personal en el asunto, muchas veces ellos no pueden
ni siquiera plantearse el tema en una discusión racional, con lo que se cierra
un posible camino para limitar el problema del izquierdismo.
Tercer problema: Identificación con la
rebeldía
Existe otro
problema al que conviene prestar atención. El izquierdismo, por su propio
carácter sobresocializado, critica abundantemente la sociedad hasta el punto de
acaparar toda la crítica, de acoger en su seno cualquier argumento que le sirva
a la hora de quejarse de lo mal que va la sociedad. No suele tener mucha
importancia si esa crítica es coherente y compatible en todas sus partes, lo
importante es quejarse; el motivo concreto no parece ser muy relevante. De ahí,
el énfasis que se da a la tolerancia de opiniones y a la pluralidad de
posicionamientos (siempre que sean “críticos”, un eufemismo que cada corriente
interpreta de una manera). Con esto no se quiere decir que dicha tolerancia
exista y no se den dogmatismos, solamente se está señalando un mecanismo por el
que el izquierdismo tiende a absorber aquellas posturas contrarias a algunos
rasgos de la sociedad en la que vivimos.
De este modo,
cuando las personas ven, reflexionan o sienten que esta sociedad tiene un
carácter intrínsecamente malo, el único ‘sitio’ al que pueden acudir y, de
hecho, acuden es al izquierdismo. Y el izquierdismo lo que hace es anular de
diversas maneras esas ganas de desechar esta sociedad, canalizándolas en
actividades políticas inútiles o transformándolas en una corriente de mejora de
esa misma sociedad. La parte “radical”, “alternativa” o “revolucionaria” del
izquierdismo no es una excepción a esto, sino un ejemplo. Esta parte se compone
de distintas corrientes, pero siempre presentan la caracterización y los
valores izquierdistas mencionados al
principio de este artículo. En España, tenemos a la vista distintos movimientos
u organizaciones nacionalistas independentistas revolucionarias, anticapitalistas,
sindicatos revolucionarios, organizaciones animalistas, ecologistas,
antiautoritarias, antiindustriales, feministas radicales, y un largo etcétera. El
lector, si se molesta, podrá observar en ellos los problemas que aquí se
indican.
Esta parte
“revolucionaria” del izquierdismo está muy lastrada por su tradición de “lucha
contra la sociedad”. Las temáticas de su discurso suelen ser reduccionistas, centrándose
en aspectos concretos de la sociedad dándoles una importancia que no tienen en
la realidad, menospreciando y olvidando otros bastante más importantes. Si
buscáramos el ejemplo más clásico de un discurso de este tipo, el de la llamada
lucha de clases encajaría a la perfección en nuestra búsqueda. Esa tradición de
lucha refleja también componentes irracionales del izquierdismo, que limitan la
crítica interna. El relativismo y sus dogmas, el culto a la personalidad, a las
organizaciones, al prestigio de ciertos militantes, a las autoridades
intelectuales, etcétera, se utilizan muy bien para los fines personales de los
que hablé en el punto anterior. Y es que la “revolución” del izquierdismo no se
puede considerar loable, ni mucho menos algo deseable. Su función real en esta
sociedad es la de ser un agujero negro donde se anulan las ganas de muchas
personas de rebelarse verdaderamente contra esta sociedad.